La batalla por el control del mayor conglomerado audiovisual del mundo acaba de entrar en una fase inédita. Paramount ha lanzado una OPA hostil para hacerse con Warner Bros. Discovery, una operación que no solo enfrenta a gigantes del entretenimiento, sino que introduce un factor político de alto voltaje: en el entorno directivo de Paramount figura un familiar de Donald Trump y el objetivo final, según diversas fuentes del sector, sería tomar el control de CNN, uno de los grandes actores del ecosistema informativo global.
La maniobra irrumpe en un momento de máxima reordenación del mercado audiovisual estadounidense, marcado por el declive del modelo tradicional de la televisión por cable, el estancamiento del streaming y una creciente pugna por el control de los grandes relatos informativos. En ese contexto, la ofensiva de Paramount no se limita a una disputa empresarial: abre un debate sobre concentración mediática, poder político y control editorial.
A diferencia de Netflix, que ha mostrado interés únicamente en las divisiones de cine, series y producción audiovisual de Warner Bros. Discovery —incluyendo estudios y catálogos—, Paramount ha optado por una estrategia mucho más ambiciosa: adquirir la totalidad del grupo. Eso implica no solo quedarse con marcas históricas del entretenimiento, sino también con su división de cadenas, donde se encuentra CNN junto a otros canales de alcance global.
Este planteamiento marca una diferencia clave entre ambos pretendientes. Netflix refuerza su perfil como plataforma de contenidos; Paramount, en cambio, aspira a convertirse en un megagrupo integrado, capaz de dominar simultáneamente el entretenimiento, el streaming y la información.
CNN, la pieza más sensible del tablero
Dentro de la operación, CNN emerge como el activo más delicado. La cadena informativa ha sido históricamente uno de los principales contrapesos mediáticos del trumpismo, lo que explica que cualquier cambio en su propiedad despierte suspicacias en el ámbito político y periodístico estadounidense.
La presencia en el entorno de Paramount de un familiar directo de Donald Trump ha alimentado interpretaciones sobre una posible reorientación editorial de la cadena si la operación prospera. No existen anuncios oficiales en ese sentido, pero la sola posibilidad ha reactivado el debate sobre la independencia informativa cuando los grandes medios quedan en manos de conglomerados con intereses políticos explícitos.
Más allá de su viabilidad financiera, la oferta de Paramount se enfrenta a importantes obstáculos regulatorios. La adquisición de un grupo que combina entretenimiento, plataformas digitales y una de las principales cadenas de noticias del país previsiblemente será examinada con lupa por las autoridades antimonopolio y por los reguladores de medios.
En paralelo, la operación puede convertirse en un campo de batalla político, especialmente en un año marcado por tensiones electorales en Estados Unidos, donde el papel de los medios y la desinformación vuelve a situarse en el centro del debate público.
Un nuevo mapa para el poder audiovisual global
Si la OPA hostil de Paramount llegara a buen puerto, el resultado sería una de las mayores concentraciones mediáticas de la historia reciente, con un único grupo controlando desde grandes franquicias cinematográficas hasta uno de los altavoces informativos más influyentes del planeta.
Para el sector audiovisual, el movimiento anticipa una nueva etapa de fusiones defensivas, alianzas estratégicas y disputas por activos clave. Para la opinión pública, en cambio, plantea una pregunta de fondo: quién controla los contenidos es importante, pero quién controla la información lo es aún más.
La voz de Trump se cuela en la disputa
En este contexto, la dimensión política de la operación no tarda en aflorar. La OPA hostil de Paramount ha situado inevitablemente a Donald Trump en el centro del debate, no tanto por un pronunciamiento formal, sino por la lectura política que distintos actores hacen de sus movimientos y silencios. Desde que se conoció el interés de Netflix por parte de los activos de Warner, el expresidente ha deslizado públicamente sus reservas sobre una fusión que concentraría “demasiado poder” en una sola compañía, anticipando que una operación de ese calibre no pasaría sin escrutinio por parte de la administración federal.
Trump ha ido más allá al insinuar que cualquier gran acuerdo en el sector deberá someterse a una revisión política y regulatoria exhaustiva, introduciendo un elemento de incertidumbre institucional que afecta directamente a Netflix y que, de manera indirecta, refuerza la posición de Paramount. Analistas del sector interpretan estas declaraciones como una forma de marcar territorio: sin alinearse explícitamente con ningún actor, Trump deja claro que el futuro de Warner no se decidirá únicamente en Wall Street, sino también en Washington.
Ese encuadre cobra especial relevancia por la presencia, en el entorno inversor de Paramount, de figuras vinculadas al círculo familiar de Trump. Sin necesidad de declaraciones explícitas, este vínculo ha alimentado la percepción de que la oferta de Paramount encaja mejor en una visión política que aspira a reordenar el mapa mediático estadounidense, especialmente en lo que respecta a las cadenas informativas. CNN, históricamente enfrentada al trumpismo, emerge así no solo como un activo empresarial, sino como un símbolo dentro de una batalla más amplia por la influencia y el relato.