Estoy convencido de que los negacionistas del cambio climático están equivocados o únicamente responden a intereses espurios de quienes los pagan. Es lamentable que este discurso también esté politizado entre una derecha que achaca las advertencias del cambio climático al interés de potencias económicas como la china o la rusa, mientras los partidos de izquierdas llevan por bandera la lucha contra esta lacra que puede convertir el planeta en lugar no apto para humanos en unas décadas.

Creía que la preocupación por el planeta desde España era mucho mayor a lo que luego refleja la realidad. La instalación de depuradoras, la vuelta a los ríos limpios, las multas sobre vertidos, etcétera… y nos acabamos encontrando con que el Mar Menor es ahora el Mar Muerto.  Y esto tras más de veinte años de propaganda sostenible, convencidos de que las cosas se estaban haciendo mejor y que íbamos en la buena dirección. Descubrimos hace un par de años el caso del dieselgate en el que los fabricantes de automóviles trucaban los datos de emisiones. Y además, según informes del Ministerio de Transición Ecológica, en España la calidad del aire empeora año tras año. Un país, por lo demás, escasamente industrializado y donde el transporte es la principal causa de las muertes por polución que superan anualmente con mucho a las registradas en accidentes de tráfico.

No creo que sea solo un problema lógico de confusión en un momento de la transición energética. Parece una confusión planeada, muy estudiada en la que el ciudadano de a pie, nuestro inversor pequeño, empieza a no entender nada. Muchos juegan a dos bandas como las energéticas tradicionales que siguen con sus inversiones en hidrocarburos mientras lanzan un cabo hacia la energía verde por si suena la flauta. Algunas de ellas como es Iberdrola o Acciona sí que han hecho una apuesta firme por generar energía renovable.

Pero, hoy por hoy, todo lo referente a la ecología, máxime en un momento de verdadera alerta social suena más a mentira que a otra cosa. Pagamos para que se reciclen los neumáticos de nuestros coches cuando compramos unos nuevos, pero acaban ardiendo en descampados descontrolados sin que se conozcan castigos ejemplares.

Hace cinco años, un alto cargo de una empresa energética me comentaba que la energía eólica, generada por los molinos de viento, no tendría futuro porque no era rentable y únicamente se justificaba si estaba subvencionada. Ahora sabemos que no. Como también sabemos que los costes de las instalaciones fotovoltaicas se han reducido a una décima parte debido al abaratamiento de los paneles solares. Es la energía más barata con la que ha tropezado el ser humano en su historia y, curiosamente, países con menos luz solar como Alemania nos llevan una ventaja considerable cuando nosotros somos los reyes de esta energía en toda Europa. Ahora que han desaparecido las subvenciones aparecen todos los años empresas dispuestas a competir libremente para ofrecer energía verde y a buenos precios.

Los bonos verdes que en teoría emiten las empresas para planes de sostenibilidad ecológica están teniendo mucho éxito, pero recientemente se denunciaba que ese dinero no iba a hacer más verdes algunas compañías que los emitían para seguir la corriente imperante. Hay casos, pues, de fraude en estas emisiones.

Otra de las grandes mentiras es el coche eléctrico. Estamos al principio, pero numerosos estudios indican que es muy contaminante tanto por las actuales baterías que utilizan como por la procedencia de la electricidad con la que se recargan. Si quemamos petróleo, fuel o gas para generar electricidad para el coche, sólo habrá traslado de lugar el problema.

A escala nacional, europea mundial debería hacerse un seguimiento serio, un trabajo concienzudo para despejar tantas incertidumbres, dudas y muchas veces engaños. Estos días que celebramos la Cumbre del Clima en Madrid, tal vez el mayor adelanto sería conocer realmente lo que pasa. Si avanzamos en reducción de contaminación, dónde cómo y de qué manera. Mientras no haya un seguimiento y datos serios nos pasará como en los cuatro lustros anteriores que creíamos que se estaban haciendo las cosas bien, y era todo lo contrario.