Es indudable que en cuanto a información se refiere la actualidad manda. Es por eso por lo que muchas realidades quedan enterradas tras la multitud de titulares que jalonan cada día las portadas de periódicos e informativos. No obstante, esas realidades invisibles continúan existiendo, realidades tan invisibles como el dinero negro y el empleo sumergido. Empleo desregulado que se postula como única opción de muchas personas para sobrevivir, que no vivir. Oficialmente, en España la economía sumergida no se calcula, pero algunos centros de estudio han intentado hacerlo: el Instituto de Estudios Económicos (IEE) la sitúa en un 23,1% del PIB.

Si, es cierto que cobrar en B y no declarar los ingresos puede suponer un ahorro fiscal, tanto para el trabajador como para el empresario, pero ¿a qué precio? Desde luego para el empresario ninguno. Cobrar en negro se ha convertido en una suerte de nueva esclavitud del siglo XXI, dejando al empleado sin derechos laborales, sin ningún tipo de prestación y por supuesto coloca a las personas asalariadas en una situación de extrema dependencia de su empleador.

Existen multitud de testimonios de esclavos modernos, nombres a menudo anónimos cuya único asidero frente a la precariedad es un empleo sin contrato. María Pérez (nombre ficticio) es rumana y lleva cinco años trabajando en España, dónde llegó tras huir de su país a causa de los malos tratos de su marido.

María, que llegó a España con la ilusión de construir una nueva vida, se ha dado de bruces contra la cara más oscura del mercado laboral. Con una madre dependiente en Rumanía, a la cual le tiene que enviar dinero periódicamente, se ha visto obligada a trabajar en lo único que ha encontrado, el cuidado de personas dependientes. Un sector altamente feminizado y con una mayoría de población migrante, no es ajeno a este tipo de situaciones.

“Estoy cobrando 600 euros al mes, por trabajar los siete días de la semana, sin ningún descanso”, lamenta María. Sin ningún tipo de contrato, la indefensión de la empleada es enorme. Cuando fallezca la anciana a la que cuida o bien la familia decida prescindir de sus servicios, María se quedará sin lugar a dónde ir y sin ningún tipo de remuneración por desempleo.

Pero esta especie de esclavitud moderna que a menudo evoca a otros tiempos, no se limita solo a las personas migrantes o de determinados colectivos. Lo mismo ocurre con las horas extras sin pagar. Si bien la situación en este caso resulta no ser tan precaria, las horas extras remuneradas en B se cuentan por millones, con el subsecuente ahorro para el empresario en detrimento de las arcas públicas y a la larga el perjuicio para el trabajador.

La cara B del turismo y la hostelería

Resulta paradójico que un país cuyo tejido productivo se basa en el sector servicios y el turismo, considere estos puestos de trabajo como de tercera categoría. Si bien, usualmente se suele sacar pecho por el sector turístico español, existe una cara B, la mayoría de los empleos creados son de baja calidad en el mejor de los casos, cuando no sumergidos.

Esta cultura del desprecio al empleo de este sector, en la que se piensa que son puestos de trabajos orientados a personas jóvenes o no cualificadas y quedan como último asidero cuando todo falla, es promovida a menudo por los empresarios cuyo objetivo es el ahorrar a toda costa.

Muchos hosteleros, principalmente en temporada alta, deciden ampliar su plantilla e incluir a estudiantes jóvenes y si es posible sin contrato con el pretexto de apelar a la tradición con afirmaciones como “aquí se ha hecho siempre así”. Pero siempre es la parte empleadora la que sale ganando con el ahorro fiscal que supone el trabajador en negro.

Fiódr, un joven camarero de origen ruso compagina su trabajo con un grado superior en mecánica. Afincado en Madrid, trabaja en uno de los cientos bares de barrio que existen en la Capital. “Es difícil trabajar y estudiar a la vez, trabajo 30 horas a la semana por 270 euros, no tengo tiempo para nada, pero hay que trabajar para pagarse los estudios”, denuncia Fiódr.

Muchas personas con una situación muy precaria se ven abocados a aceptar esos pagos en B, a menudo pagos exiguos por jornadas laborales maratonianas. No obstante, debe ser el empleador el que proporcione unas condiciones laborales legales y dignas porque las personas más preocupadas por sobrevivir que por vivir, son víctimas de la esclavitud moderna.