Blanca Espinosa, 78 años. Ali Hassine, 73 años. Tan solo dos nombres más que mañana habrán sido olvidados y abandonados a su suerte, pero que esta semana han engrosado la lista de desahuciados. Amigos, vecinos o compañeros para todos aquellos que han puesto el cuerpo frente a sus portales, y que evitan diariamente que la lista sea aún más larga en un intento por impedir el destrozo de sus vidas. Entre los dos sumaban 75 años viviendo bajo el mismo techo, pero la especulación ha vuelto a abrirse paso y la valentía y organización de los sindicatos y movimientos por la vivienda no ha podido evitar el desenlace.

Blanca vivía en el barrio Gótico de Barcelona desde hace 55 años y no podrá volver hacerlo porque la propietaria quiere subir el alquiler a 1.000 euros. Con un ataque de ansiedad y escoltada por los Mosos d’Esquadra ha abandonado su hogar, preocupada por el destino de las pertenencias que ha conseguido acumular durante el medio siglo que ha dormido en la misma cama. Ali habitaba en el barrio alicantino de las Carolinas, en situación de vulnerabilidad, sin familia y sin alternativa habitacional. Arrastrando sus cosas a la calle, ha roto a llorar en unas escaleras.

“No quiero que venga la policía. ¿Y si no me dejan llevarme mis cosas?”, se desesperaba Blanca en los momentos previos a su desahucio, tal y como recogieron los medios presentes. “No quiero irme. No quiero. Yo de aquí no me voy, no quiero. Se lo ruego por Dios”, gritaba entre lágrimas y patadas al suelo. Mientras, la comitiva judicial desarrollaba su trabajo como si dejar a una anciana en la calle fuese algo rutinario y los agentes desplegados comentaban banalidades y bromeaban, en un ensalzamiento de empatía.

“Yo no puedo permitirme un alquiler porque no hay nada en Alicante por 300 euros, que es lo que estaba pagando, yo solo quiero irme sin molestar, pero no tengo donde ir", lamentaba Ali, como refleja la cobertura mediática. "El dueño quiere vender la casa a otra persona y lleva varios meses amenazándome para que me vaya a la fuerza. Me ha cortado la luz durante más de mes y medio y después pasó a cortarme el agua, todo para que me fuera", explicaba.

Dos vidas han sido destrozadas con la autorización de los tribunales, la pasividad de las autoridades políticas y la actuación habitual de las Fuerzas del Orden. Dos septuagenarios despojados de un techo y arrojados a la calle, a un hostal o pensión compartida con mucha suerte, tratados como números. Dos vecinos abandonan obligados los barrios que han sido su hogar durante décadas. Los peores momentos para la vivienda parecen haber regresado. Dos viviendas más desalojadas para que sus propietarios puedan convertirlas en pisos turísticos o disparen la cuantía de su alquiler.

Violencia física, económica y judicial contra los movimientos

Todos los movimientos que luchan por una vivienda pública, gratuita y de calidad han advertido y sufrido en sus propias carnes el brutal incremento de los desahucios en los últimos meses. La suspensión de los desalojos a personas vulnerables aprobada por el Gobierno es papel mojado y lo único palpable es la violencia de las Fuerzas del Orden y Seguridad del Estado. Ejemplo de ello es el desalojo de Ali, que concluyó con siete activistas heridos, uno de ellos un concejal de Izquierda Unida, por las duras y desproporcionadas cargas de la policía.

Violencia física, pero también económica y judicial, persigue a los colectivos sociales. Hace apenas dos semanas comenzaba el juicio de tres vecinos del municipio madrileño de Alcorcón para los que la Fiscalía pedía tres años y medio por impedir el desahucio de una madre y su hijo de cuatro años. Las citaciones judiciales se acumulan en las asambleas organizativas, acompañadas de cuantiosas multas, otra de las armas principales utilizada por el sistema para aplacar la resistencia vecinal.  

Una gran mentira

Reportajes pagados por fondos buitre se deshacen en elogios con los barrios obreros que quieren gentrificar. "Carabanchel, el tercer mejor barrio del mundo". Medios de comunicación regados con dinero de las empresas de alamas propagan el miedo a través del bulo de la okupación. La acumulación de un bien de primera necesidad para obtener rentas a través de la especulación se cataloga como emprendimiento. Una hipoteca a 30 años que oscila con el mercado se considera un privilegio alcanzable con la única ayuda del esfuerzo.

Pero la realidad dista mucho de ser esa. La realidad tiene la cara de Blanca, de Ali, de los más de 30.000 desahuciados cada año. La realidad golpea diariamente a los trabajadores, que hacen malabares con sus salarios precarios para pagar viviendas que se caen a cachos. La realidad es el vaciamiento de los barrios, la propagación de una plaga de pisos turísticos, la marginalización de la clase trabajadora. La realidad es que la organización de los barrios fue, es y será la única alternativa.