Establecer relaciones de causa-efecto –el fenómeno ‘A’ provoca la consecuencia ‘B’– es un juego peligroso. Lanzarse a este sin miramiento alguno es propio de pésimos científicos sociales, de periodistas con menos talento que tiempo y de políticos camino del desguace.

Este tipo de asociaciones desafortunadas se ha producido durante la pasada semana, un lapso de siete días que ha sido clave para la evolución a corto y medio plazo de la política española. En este intervalo de combate parlamentario, algunos portavoces conservadores han hecho referencia al incremento de la prima de riesgo española como una consecuencia de la inestabilidad política en nuestro país y, en particular, de la emergencia de una alternativa de izquierdas al gobierno decadente de Mariano Rajoy.

Tal asociación entre socialismo democrático y desastre económico, pese a ser un ejercicio de irresponsabilidad, representa una oportunidad para demostrar lo contrario: el ínterin inaugurado por el Partido Socialista no se enfrenta a una amenaza económica como principal desafío, al menos desde los parámetros convencionales.

Vincular el ascenso de los socialistas con un incremento desmedido de la prima de riesgo –lo que cuesta financiar al Estado a diez años en comparación con lo que ocurre en Alemania– implica olvidar lo sucedido durante las últimas semanas en otro país, Italia. El gobierno ya conformado entre el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte, dotado inicialmente de un plan para chantajear a la Troika con la salida del Euro, ha sido el principal factor para detonar las alarmas en una etapa de recuperación relativamente prolongada. La razón, no obstante, no ha residido precisamente en los denominados ‘mercados’, ese oligopolio de fondos de inversión y otros vehículos financieros que cuentan con parte de la deuda pública española y, en nuestro caso, con participaciones clave en el Ibex-35.

El BCE, un actor político que castiga

El motivo ha sido otro, pese a que la mayoría de los medios especializados han preferido olvidarlo: el programa de Expansión Cuantitativa –Quantitative Easing o ‘QE’–, implementado por el Banco Central Europeo desde hace varios años, ha comenzado a reducirse como consecuencia de la recuperación, del eterno miedo ideológico a la inflación en Alemania y, en definitiva, de un área monetaria cuya construcción resulta disfuncional en numerosos aspectos.

A las menguantes compras de activos financieros de empresas y banca se ha unido una actitud renuente por parte del BCE de adquirir la deuda pública italiana en los mercados secundarios. La razón es obvia: ¿cómo comprar la deuda pública de un Estado que podría intentar romper el Euro? El castigo financiero estaba servido y este, junto con la intervención del presidente de la República italiana, ha logrado su objetivo. La inestabilidad persistirá, pues la alianza entre las dos formaciones euroescépticas continuará desafiando a la Eurozona y a sus reglas fiscales.


Evolución reciente del programa de compra de deuda por parte del Banco Central Europeo, donde se comprueba una notable disminución durante los últimos meses. Fuente: Banco Central Europeo

España: austeridad con matices

El ambiente creado por estos acontecimientos ha afectado indirectamente a España. Sin embargo, nuestro país se encuentra en una situación financiera y política distinta. Con un tamaño de deuda pública inferior y una serie de reformas obedientemente acometidas –más para mal que para bien, por cierto–, el gobierno minoritario y manifiestamente débil de Pedro Sánchez se dedicará principalmente a decisiones en el ámbito de la comunicación –RTVE como un recurso fundamental para las futuras citas electorales–, de la recuperación de derechos y libertades –la probable derogación de la ‘Ley Mordaza’, la rehabilitación de la Ley de Memoria Histórica–, así como de otras acciones que no cuestionen ni la Ley de Estabilidad ni las normas del Tratado de Maastricht. Por mucho que Podemos y sus confluencias empujen en sentido contrario –y su futuro electoral se lo exigirá–, la austeridad matizada es una de las reglas no escritas de este mandato sorpresivo.

Esta ortodoxia fiscal quedará confirmada en pocos días con el nombramiento de un ministro de Economía y Hacienda convergente con los actuales principios del Euro. Jordi Sevilla, ex discípulo de Pedro Solbes -uno de los padres españoles de la moneda única-, representaría un mensaje inequívoco, más que a ‘los mercados’, a las instituciones de Bruselas y Frankfurt, que son las que con sus decisiones de carácter político pueden dejarnos o no en manos de los especuladores.

Se espera una oposición de ‘todo vale’. Y esta variante financiera será recurrente. Pero este tipo de amenazas pertenecen a una fase anterior de la crisis. Bastante daño nos han hecho. Ese país que el gobierno conservador ha dejado mejor que cuando llegó tiene más pobres que antes, reforzando una cultura del empleo sumamente dañina, en la que los ‘empresarios de sus propias vidas’, los empleados precarios y el estrés galopante amenazan con laminar la productividad y el ingenio de los trabajadores españoles, un derroche al que algún ejecutivo inteligente tendrá que poner coto algún día. Pedro Sánchez, su gabinete y sus técnicos económicos deberían tener esto bien en cuenta, aunque no pretendan revertirlo. Explicarlo con claridad a los españoles sí representaría un cambio esperanzador. Le cueste lo que le cueste.