Mucho se ha dicho y escrito sobre la conducta democrática de los españoles. Si se examinan los hechos acaecidos desde que despertamos al sistema de libertades, han sido muy diversas las interpretaciones que se han hecho y las consecuencias. La fiebre democrática de los primeros tiempos colmaba de ilusión a gran parte de los ciudadanos, sino a la totalidad. Tras cuarenta años de falta de libertades, todo era nuevo. Todo parecía descubrirse por primera vez. Todo había que improvisarlo, con los riesgos que conllevan los itinerarios todavía no hollados. Poder hablar, debatir, asistir a mítines, que la gran parte de ciudadanos no sabían lo que eran y el resto lo habían olvidado, formaba parte de un avance de dimensiones increíbles. Y despertamos, supimos levantarnos. Armamos un Estado a partir de unas cenizas que poco o nada aportaban a su construcción. Y salimos adelante. Los llamados padres de la patria, vivieron, a partir de entonces, teniendo que explicar por el mundo cómo se había hecho.

Ha pasado demasiado tiempo para que las ilusiones iniciales se mantengan en los  niveles que alcanzaron. El ejercicio de la democracia ha ido desvelando debilidades susceptibles de mejora. A nadie escapa que el actual gobierno de la nación accedió al poder en una situación crítica, anunciando unas actuaciones que dejó de lado, nada más llegar, para pasar a aplicar unas políticas que no se pueden identificar con las que los ciudadanos esperaban y, desde luego, con las que desean. Por otro lado, la ilusión de los ciudadanos de hoy se centra en que los gestores de los intereses públicos optimicen los recursos que se les entregan, realizando escrupulosamente lo que les demandan como intereses colectivos. La representación que se les otorga no puede suponer arbitrariedades ni actuaciones contrarias a las pactadas públicamente con los ciudadanos en un proceso electoral.

La democracia actual requiere impulsos para reforzar su sentido. Cada vez es más sencilla la conexión interpersonal. La tecnología actual permite, con facilidad, conocer la opinión de colectivos. Pero estos canales de conexión son  bidireccionales y posibilitan a los ciudadanos el conocimiento puntual de los detalles de las actuaciones de sus representantes. Hoy la participación de los gobernados en las iniciativas de gobierno es más asequible que nunca. No es razonable que algo que ha revolucionado gran cantidad de esferas de la vida en ámbitos muy diversos, quede sin aplicación en la intimidad de la democracia, cual es la formación de la voluntad colectiva.

Los partidos políticos que se precien, tienen que tomar iniciativas que impulsen esta realidad que supone la participación de los ciudadanos  en la toma de decisiones o formulación de propuestas que tomen las necesidades de aquéllos como guía para sus iniciativas. Permanecer alejados del núcleo en el que surgen las demandas es ignorar el sentido de la representación y el modelo democrático como forma de organizar la vida ciudadana delimitando derechos y deberes en una atmósfera de justicia social como manto protector del ejercicio de la libertad, la igualdad y la fraternidad que hace libres a las personas.

Hay que aceptar, por la evidencia de los hechos, que los avances de progreso de nuestro país, han venido de la mano de los gobiernos socialistas. Nada raro, por cierto, si se examina, con sentido equilibrado, el perfil de los partidos que forman el arco político español. El PP ha sido el freno, a destiempo, de los avances que los gobiernos progresistas han procurado para nuestra sociedad. En algunas parcelas, se han limitado a mantener el nivel alcanzado por los gobiernos socialistas, y en otros campos, el retroceso es proverbial. No faltan ejemplos en la actualidad para ilustrar muy gráficamente las aseveraciones efectuadas, desde el aborto, hasta las libertades públicas, pasando por la educación, sanidad, dependencia y un largo etcétera en el que el sello conservador y retrógrado quedan patentes. También va a ser en el ámbito de la actualización de la participación ciudadana en el que el Partido Socialista da el impulso que la Sociedad española precisa. Las primarias abiertas, no son tan solo una fórmula de designación de candidatos a procesos electorales. Son algo más. Las primarias abiertas suponen una  participación ciudadana en la articulación de los equipos humanos en los que confiar, para llevar a cabo los compromisos electorales que, por vía participada, albergan las propuestas como solución a las demandas ciudadanas. No es solo, por tanto, participar en la designación de una o unas personas, sino incorporarse a equipos que diseñan el futuro que hay que compartir.

Es muy probable que, pasado un tiempo, estas innovaciones se juzguen usuales. Seguramente, contribuirán a que los ciudadanos vuelvan a confiar en la política como la forma de organizar la vida colectiva. Parece razonable que así sea. Es importante pensar en clave de lo que garantiza e impulsa la democracia. No faltaran detractores, pero estamos al borde de la calle en críticas oportunistas. Mal harían otros, de no tomar ejemplo y pensar que los tiempos exigen ideas claras y decisiones oportunas y consecuentes.

Alberto Requena es Presidente del Partido Socialista de la Región de Murcia