Con un muy elevado nivel de participación popular, del 81,9%, en unas elecciones celebradas con todas las garantías democráticas propias de un Estado de derecho y sin ningún incidente significativo, la ciudadanía catalana se ha expresado con claridad. Se han producido cambios significativos en el mapa político catalán, pero en realidad todo queda igual. Igual, pero mucho peor, sin duda alguna.

La victoria pírrica de Ciutadans

El rotundo triunfo en las urnas de C’s, con Inés Arrimadas como cabeza de cartel, es indiscutible: 1.101.279 votos y 37 escaños. Es ya la primera fuerza política en el Parlamento catalán. Pero la suya es una victoria pírrica: no puede ni podrá articular una mayoría parlamentaria alternativa a la formada por las formaciones independentistas.

Mayoría absoluta independentista en escaños pero no en votos

La suma de los votos secesionistas, esto es los de de JxCat, ERC y CUP, es del 47,94% pero les otorga 70 escaños, 2 menos que en 2015 pero que les dan de nuevo la mayoría absoluta, que es de 68. Esto es así porque la legislación electoral vigente en Catalunya -la única comunidad autónoma española que no ha sido capaz de darse su propia ley electoral- es una simple transposición a nivel catalán de la LOREG española, vigente en todas las elecciones legislativas de nuestro país.

Sin alternativa posible

Frente a los 70 escaños representativos del 47,9% de los sufragios válidos emitidos, el resto de las formaciones políticas con presencia en la nueva cámara legislativa catalana suman el 50,94% pero solo cuentan con 65 escaños, evidentemente por debajo de la mayoría.

El PP, sin grupo parlamentario propio

Si C’s ha obtenido una victoria tan contundente como pírrica, la derrota del PP ha sido espectacular: no obtiene ni tan siquiera grupo parlamentario propio -lo compartirá con la CUP, en un ejemplo perverso de aquello de que “la política hace extraños compañeros de cama”-, con solo 3 diputados, todos ellos por la circunscripción de Barcelona, sin representación en Girona, Lleida y Tarragona, y perdiendo nada menos que 8 escaños en solo un par de años. El partido de Mariano Rajoy es ahora el último en representación parlamentaria en Catalunya.

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El triunfo de los radicalismos

En Catalunya hemos pasado de la conocida como “espiral del silencio”, la de una supuesta mayoría silenciosa o silenciada que no se expresaba en las urnas ni en las calles, a una “espiral del grito”. Se ha producido, por consiguiente, la victoria de los extremos, el triunfo de los radicalismos.

La resiliencia del movimiento independentista

La resiliencia del independentismo es indiscutible. Sus 2.062.378 votos así lo demuestran. Con un más que notable incremento del voto total, el voto secesionista sigue siendo del 47,9%, con la pérdida de apenas unas décimas, solo del 0,6%.

Acción-reacción

La aplicación del artículo 155 de la Constitución, la obsesiva judicialización de un conflicto eminentemente político, la prisión provisional de todo el anterior Gobierno de la Generalitat, de gran parte de la Mesa del Parlamento y de los dos principales dirigentes del movimiento social independentista, la huida a Bélgica del ex-presidente Puigdemont y algunos miembros de su último Gobierno como prófugos de la justicia española, y sobre todo la absolutamente desproporcionada y brutal violencia policial ejercida contra los ciudadanos que quisieron participar en el ilegal remedo de referéndum de autodeterminación del pasado día 1 de octubre, han dado una fuerte carga de emocionalidad y sentimiento victimista al conjunto del secesionismo. De ahí su resiliencia y la persistencia de su voto.

El fracaso de los moderados

A pesar de crecer en votos e incluso en 1 escaño, la propuesta moderada, de reconciliación y reconstrucción formulada por Miquel Iceta al frente del PSC, con el añadido de los restos de la antigua UDC liderados ahora por Ramon Espadaler, no ha recibido el apoyo ciudadano deseado.

Mucho peor le han ido las cosas a CECP, la coalición encabezada por Xavier Domènech: ha perdido en dos años más de 40.000 votos y 3 escaños, con un electorado que no ha llegado a entender sus contradicciones y ambigüedades. En tiempos de extremismos y radicalismos, poco espacio queda para la moderación y la sensatez. La “tercera vía” sigue sin cuajar en el seno de una sociedad como la catalana, cada vez más fracturada.

¿Y ahora qué?

La primacía de JxCat sobre ERC en el campo del independentismo, con Carles Puigdemont como inesperado vencedor frente a Oriol Junqueras, abre muchos interrogantes. ¿Podrá ser investido como nuevo presidente de la Generalitat alguien que está huido de la Justicia y que todo hace prever que será detenido y encarcelado en cuanto regrese a España? ¿Qué sucederá con Puigdemont y sus antiguos consejeros también prófugos? ¿Y con Junqueras, Joaquim Forn y Jordi Sánchez, todos ellos también diputados electos?

Quizá podrán tomar posesión de sus actas, pero parece difícil que puedan seguir ocupando sus escaños si existen órdenes de prisión provisional contra todos ellos, y que puede haberlas de nuevo si así lo disponen las autoridades judiciales.

¿Nueva aplicación del artículo 155?

Sea quien sea la persona que ocupe la Presidencia de la Generalitat y sean quienes sean las personas que compongan su nuevo Gobierno, una vez éste tome posesión decaerá la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Pero se abrió ya este melón y puede reabrirse si se vuelve a la unilateralidad, a “hacer República Catalana”. Es una amenaza que está y estará permanentemente ahí.

Al borde del suicidio colectivo

Contra la opinión de la mayoría de los votantes, de estos 2.211.010 votantes no independentistas representados por 65 diputados, los 70 parlamentarios independentistas que representan a 2.062.378 votantes pueden conducir a toda la sociedad catalana a una especie de suicidio colectivo.

La fractura social es a todas luces evidente. Catalunya está dividida en dos mitades enfrentadas y confrontadas. No parece haber posibilidad alguna para el diálogo, y mucho menos aún para la negociación, la transacción y el imprescindible consenso para salir de este persistente y obsesivo callejón sin salida.

Un fracaso colectivo

Digan lo que digan los supuestos vencedores de estas elecciones, los suyos son triunfos inútiles. Estamos asistiendo a un terrible e histórico fracaso colectivo. Las consecuencias económicas, sociales, políticas, institucionales y culturales son ya muy negativas.

Lo serán todavía mucho más a corto, a medio y sobre todo a largo plazo. Como mucho, Catalunya podrá aspirar en el futuro a ser una comunidad autónoma española cada vez más irrelevante, sin prestigio en el resto de España y mucho menos aún en el contexto internacional. Este 21D quedará en la historia de Catalunya como una gran derrota de la catalanidad democrática. Pero esta ha sido y es la decisión democrática del conjunto de la ciudadanía catalana.