TV3 es el buque insignia del potente aparato de agitación y propaganda del separatismo catalán. Hace mucho tiempo que dejó de ser un servicio público, como quedó legalmente establecido en su ley de creación, en el ya lejano año 1983.

Sé muy bien de lo que escribo: en junio de 1983 fui elegido miembro del consejo de administración de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV), cargo del que dimití en diciembre de 1996, tras varias reelecciones sucesivas, siempre con el preceptivo apoyo de al menos dos tercios de los diputados del Parlamento de Cataluña. Años después de mi dimisión colaboré con frecuencia tanto en TV3 como en otros canales de radio y televisión de la CCRTV.

TV3 sigue siendo el gran referente de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), sucesora directa de la CCRTV. Es su primer canal de televisión, de carácter generalista, con el complemento de otros cuatro canales temáticos. Lo mismo sucede con Catalunya Ràdio, con sus tres canales complementarios. La CCMA cuenta asimismo con una importante participación accionarial en la Agència Catalana de Notícies (ACN). 

Todo este poderoso complejo de medios de comunicación hace ya muchos años que dejó de estar al servicio del conjunto de la ciudadanía de Cataluña. Siempre tuvo una orientación nacionalista -uno de lo directores que tuvo Catalunya Ràdio llegó a declarar que él dirigía “una radio nacionalista”-, pero aquella inicial apropiación patrimonial de este servicio público por un único sector político ha llegado a unos extremos que resultan escandalosos. Cierto es que TV3 es la cadena que lidera con claridad la audiencia de televisión en Cataluña desde hace años. No obstante, los propios sondeos del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat señalan que solo el 14% de los ciudadanos de Cataluña no independentistas conectan este canal público. Es un dato tan revelador como elocuente, que la portavoz del PSC Lídia Granados denunció recientemente en el Parlamento de Cataluña. Lo han hecho también, durante estos últimos años, otros diputados socialistas -Beatriz Silva, David Pérez...- y de otras formaciones políticas.

El incuestionable liderazgo de audiencia de TV3 parte de su monopolio casi total de la televisión en catalán. RTVE nunca se ha atrevido a romper este casi absoluto monopolio, y su oferta en catalán es escasa y con unos horarios muy limitados. La oferta privada es prácticamente nula, después de intentos fallidos como el de 8TV, del Grupo Godó, porque resulta poco menos que imposible, desde el sector público, competir con la potencia económica de TV3. Pero el problema sigue ahí, con una cadena de televisión pública, que cuenta con unas dotaciones presupuestarias extraordinarias que pagamos todos los ciudadanos de Cataluña con nuestros impuestos, pero que está siempre al servicio único y exclusivo de la ciudadanía secesionista.

Ver cualquier programa informativo de TV3 es asistir a un anuncio publicitario separatista, apenas sin ninguna interrupción, un ejercicio de pura agitación y propaganda, tanto da que se hable de política catalana, española o mundial, meteorología, deportes o cualquier otro tema. Todavía resulta mucho más escandaloso ver alguno de los programas considerados de debate, porque en todos ellos se sigue una muy curiosa pluralidad: por cada tres opinadores o tertulianos inequívocamente separatistas, diferenciados apenas en su personal orientación independentista, está una única opinión no secesionista, que suele tener muchas dificultades para responder a sus adversarios y al supuesto moderador, que casi siempre es un defensor a ultranza de la vía unilateral a la independencia.