Un periodista francés le preguntó al presidente de la Generalitat porque no se levantó de la mesa cuando el presidente Sánchez le negó la viabilidad del derecho a la autodeterminación de Cataluña, según explicó la vicepresidenta. Quim Torra no le respondió directamente, pero manifestó su esperanza de que en futuras reuniones pueda avanzarse en la solución política del problema político y “no veo otra forma de hacerlo que votando”. Una perspectiva que se contradice con lo dicho por Calvo al respecto: hay poco más que decir que leer el artículo 2 de la Constitución.

La versión de la reunión del gobierno central es taxativa. No hay ningún derecho de autodeterminación sino un derecho a la autonomía que es el que hay que proteger y la crisis política existente en Cataluña debe resolverse con diálogo con la Generalitat (“nos preocupan todos los catalanes”) y haciendo oídos sordos a las aspiraciones del independentismo. Por eso se reactivan las comisiones mixtas previstas en el Estatut, se promoverá la paz constitucional sobre las materias competenciales y los derechos sociales, pero se mantendrán vivas las líneas rojas frente a la unilateralidad.

Un retorno a 2011, sin ninguna pretensión de que los independentistas abandonen su proyecto, siempre que se mantengan en el perímetro constitucional y democrático. Para Quim Torra los términos de esta versión son inaceptables; le acarrearían la animadversión del radicalismo y un tirón de orejas de su predecesor y mentor, Carles Puigdemont, desde hace unas semanas, silencioso y desaparecido. Por eso no los aceptó, públicamente.

El presidente de la Generalitat en su valoración del encuentro se agarró al reconocimiento por parte de Sánchez de la existencia de un problema político que exige inteligencia política y a una interpretación voluntariosa de la reactivación de las comisiones bilaterales adormecidas desde 2011 que él considera “un reconocimiento mutuo”, sobredimensionado a todas luces la lectura estatutaria de las mismas.

El presidente de la Generalitat se mostró moderadamente satisfecho, no tanto por los acuerdos de normalización autonómica, sino por haber tenido ocasión de decir toto lo que le quería decir a Sánchez sobre autodeterminación, presos y excesos de la corona. Hablaron, pues y lo fiaron todos a las enormes licencias literarias del lenguaje político. De todas maneras, sin ninguna aproximación, a tenor de lo explicado por la vicepresidenta. El presidente del Gobierno se limitó a recodarle la existencia de la Constitución, de un estado único y de un Jefe del Estado para todo el Estado. Torra no lo entendió de manera tan determinante, porque al salir siguió afirmando que no veía otra solución que la suya pero que estaba satisfecho de un diálogo tan sincero.

Habrá que esperar unos días para conocer como interioriza cada parte este cara a cara. Por parte del gobierno central, se dio la impresión inicial de que está perfectamente dispuesto a soportar democráticamente el discurso del autonomismo-republicano, sin inconveniente en regresar al Tribunal Constitucional cuando se sucedan episodios como el de la semana pasada al refirmarse el Parlament en los objetivos políticos del Procés; lo hemos hecho y no pasa nada, vino a decir Calvo, Torra se ha presentado a la reunión sin problemas.

Para Torra, el errático relato de valoración será algo más complicado de sustentar frente a la CUP, la ANC y el movimiento 1-O de su mentor Puigdemont. Será difícil de argumentar que la recuperación de una comisión mixta estatutaria entre el gobierno central y el gobierno autonómico sea equiparable al reconocimiento mutuo de tú a tú, ni mucho menos, que la única solución política al conflicto vaya a pasar por un referéndum que el gobierno de Madrid no contempla ni sabe encontrar rastro en el texto constitucional. De momento, solo parece haber ganado un par de meses, hasta que vuelva a saludarse con Sánchez en el Palau de la Generalitat.