La obsesión por magnificar las apariencias institucionales le ha jugado una mala pasada al presidente de la Generalitat y ha puesto el miedo en el cuerpo a media Cataluña. Un mes exacto ha pasado desde que Quim Torra acelerará el final de la tercera fase del desconfinamiento en Lleida y el área metropolitana de Barcelona (en realidad ambos territorios solo cumplieron unas horas en dicha fase) para escenificar cuanto antes que su gobierno tomaba el mando de la emergencia, con toda la pompa posible. Con mucha menos solemnidad, Lleida y Barcelona han regresado a la segunda fase de la desescalada este fin de semana y por quince días, incluida la advertencia de un confinamiento total que exigiría, probablemente, el decreto del estado de alarma, que el ministro Salvador Illa no cree necesario, de momento.

La Generalitat ha pasado de proclamar el inicio de la construcción de un futuro disruptivo para Cataluña,  la represa o reanudación, a afrontar un retroceso en toda la línea, decretado a cámara lenta por las dudas de sus responsables y por los obstáculos jurídicos que limitan sus planes a la categoría de la recomendación. Este regreso al pasado a tientas, liderado por Torra, tiene, como toda explicación, las reticencias a pedirle al gobierno de Pedro Sánchez la implantación de una nueva alarma. La recomendación de no salir de los límites geográficos del área metropolitana y de no abandonar el domicilio de no ser para ir a trabajar, comprar o al médico, vienen acompañadas de las prohibiciones propias de la segunda etapa de la desescalada.

Los hoteles de la ciudad que hace unos días veía con cierto optimismo el aumento de reservas para agosto y septiembre ya ha pedido una ampliación de los eros al comprobar la caída inmediata de estas reservas. El mundo cultural clama al cielo por lo que considera un trato discriminatorio a sus actividades y anuncia las más graves consecuencias para el sector. El gremio editorial se vio sorprendido por la suspensión en directo por parte de la portavoz del gobierno, Meritxell Budó,  de las paradas del nuevo Sant Jordi convocado para el próximo 23 de julio, al menos las del paseo de Gràcia de Barcelona, el epicentro de la celebración de la fiesta del Libro. El temor a que todas las ciudades metropolitanas puedan seguir esta deriva amenaza con el fracaso el intento de retrasar la diada para salvar el año a las editoriales, librerías y autores.

Las palabras eufóricas del presidente Torra de hace un mes resuenan ahora como un epitafio adelantado de un desastre de gestión cómo nunca se había visto. Así se despachó el presidente de la Generalitat con la dirección del estado de alarma por parte del gobierno central el 19 de junio: “Hubiéramos deseado que el confinamiento total hubiera llegado veinte días. ¿Qué hubiera pasado? No lo sabemos. ¿Hubiéramos podido hacerlo de otra manera? Sí” Un mes después, el balance no puede ser más pesimista. Todos los epidemiólogos de cabecera de la Generalitat, incluido Oriol Mitjà, critican sin compasión las decisiones tomadas por el gobierno catalán, señalando como el gran error la falta de previsión en la preparación de una legión de rastreadores suficientes para identificar todos los afectados por los rebrotes.

“A partir de ahora, claridad y rigor” anunció Torra al firmar el decreto de la represa. “Ni regulaciones ni prohibiciones, tenemos que dar mensajes claros”, remachó la titular del departamento de Salud, Alba Vergès, quien no se ahorró la descualificación de la estrategia de desescalada por fases aprobada por el gobierno de Pedro Sánchez. El concurso de la fases, en expresión de Vergès, debía quedar atrás para siempre.

La consellera Vergès lleva días situada en el centro de la tormenta política, tanto por su lentitud en tomar decisiones como por su incapacidad de resolver la crisis organizativa de la Conselleria en plena pandemia. Finalmente, apremiada por todos los sectores y autoridades implicadas en la emergencia, ha conseguido encontrar un substituto para Joan Guix, el secretario de Salut Pública dimitido hace dos meses, aunque para ello haya tenido que echar mano de Josep Maria Argimón, director gerente del Institut Català de la Salut que compatibilizará ambos cargos.

Torra puede ver cumplido en pocos días su sueño de ver Cataluña confinada del resto del mundo a poco que Salvador Illa modifique su calificación de los rebrotes catalanes de simple contagio comunitaria a segunda oleada de Covid-19 y el gobierno español se deje convencer por el nuevo primer ministro francés, Jean Castex (alcalde de la localidad de Prades, en la Catalunya Nord) ) que la evolución pesimista de los contagios en Cataluña aconsejan el cierre de la frontera entre España y Francia en los pasos catalanes.