La conferencia de inicio de curso del presidente Quim Torra está siendo sometida al tratamiento habitual de frio y calor para mantener viva la expectación sobre una presunta trascendencia de lo que va a decir. Expectación la hay, sobre todo para saber si en el Palau de la Generalitat existe conciencia (y recetas) del cambio de fase impulsado por Ciudadanos y el PP en la que el objetivo ya no es frenar al independentismo (una eventualidad objetivamente lejana) sino mandar a los catalanes y a sus instituciones al siglo XX, provocando una reacción severa del Estado. El gobierno de Pedro Sánchez intuye el desastre, sin saber si va a tener estabilidad parlamentaria y fuerza política suficiente para evitar el desorden catalán que forzaría la temida intervención.

El amarillismo político domina la escena en Cataluña. Este verano ha sido prodigo en agresiones, provocaciones y manipulaciones que alejan el escenario del diálogo, substituyéndolo por el de los hechos consumados en la calle de intencionalidad manifiesta para poder decir: en Cataluña no existe autoridad alguna, el gobierno catalán solo piensa en los suyos, los Mossos están inhabilitados, el gobierno de Sánchez está atado de manos por el independentismo, ergo, hay que intervenir la Generalitat de nuevo. O también, exclamar: el fascismo ha vuelto porque el franquismo nunca se había ido y el estado no hace nada para frenarlo.

Sea cierta una descripción o la otra, o ambas a la vez, las consecuencias pueden ser muy parecidas. El constitucionalismo de derechas está encantado y en el independentismo solo unas pocas voces, como siempre la del diputado Joan Tardà y ahora también la de algunos prescriptores periodísticos, alertan de la deriva que está dominando los acontecimientos.

En este panorama va a tomar la palabra Torra, y si hay que hacer caso a la propaganda legitimista, también Puigdemont por boca del presidente; aunque esto habrá que comprobarlo el martes. A Torra se le presentan dos grandes opciones: seguir instalado en la escasa credibilidad de la épica que ofrece la nube del autonomismo republicano o explorar realmente los límites de su acción a la luz de las circunstancias tan adversas impuestas sobre el terreno por los adversarios del PSOE, que son también los suyos.

Carles Puigdemont y Quim Torra atienden a los medios en Waterloo - Generalitat

En el primer caso, ya sabemos lo que nos espera, más o menos: una nueva teatralización del mandato imperativo del 1-O para implementar una república inequívocamente inexistente, unas formulaciones encendidas, una oferta inviable al gobierno central para celebrar un referéndum negado una y mil veces, unas advertencias solemnes al presidente Sánchez para que desista de su posición constitucional so pena de debilitarlo continuamente en el Congreso con sus posiciones de clase, como la de oponerse a la subida del IRPF a las rentas más altas de las que gozan unos 20.000 catalanes. En el peor de los casos, se apuntará a alguna de las iniciativas de presión social y económica barajadas por la ANC y promocionadas por el periodismo militante de la estrella televisiva del independentismo.

En el segundo caso, nos sorprenderá con un análisis sincero de las limitaciones de su presidencia y los peligros reales que le acechan. De ser así, nos hablará de la experiencia adquirida con el fracaso de hace un año y la dureza de las consecuencias soportadas por sus predecesores en el gobierno, de las dificultades que supondría gobernar con dos partidos que expresan grados de realismo claramente enfrentados, del peso político y material de la mochila Puigdemont, de la conveniencia de no desfondar la predisposición del PSOE a mantener el diálogo y de la prioridad de evitar la debacle nacional de Cataluña a la que pretenden arrastrarnos Rivera y Casado en su competencia por exhibir la mayor de las intolerancias y la ceguera política más absoluta.

Nadie mejor que el presidente de la Generalitat para decirle a los catalanes en general y a los soberanistas en particular cual es el contorno actual de la acción política e institucional y qué riesgos existen en la periferia de la coyuntura real. Y nadie peor que él para efectuar una lectura de parte de lo sucedido y de lo que podría suceder, dejándose arrastrar por el argumentario tradicional del “ellos son peores que nosotros y su culpa es inmensamente mayor a la nuestra, que, al fin y al cabo, es forzada por su intransigencia”. En esta huida no se atisba una posición sólida, más bien, una carrera hacia el abismo que se abre tras el decorado de colores, una vez allí, ya solo nos quedaría por vivir el debate final sobre quien atesora un mayor grado de responsabilidad en la caída. No sabemos lo que dirá, de momento todo son filtraciones; también desconocemos si Quim Torra tendrá muchas más oportunidades de dictar conferencias con aureola de trascendentes.