Carles Puigdemont y Pablo Casado son las dos caras de la misma moneda, la del conflicto político en todo su esplendor y peligro. Los dos necesitan de una tensión de alto voltaje para movilizar a los suyos, sean los legitimistas de una legitimidad desconocida o los unitaristas de una unicidad inventada. Los éxitos congresuales de ambos amenazan con comprometer lo poco que se ha andado en el tímido diálogo sobre aspectos prácticos de las relaciones institucionales entre el gobierno central y el gobierno autonómico para buscar algo de calma.

Miriam Noguera, la vicepresidenta del nuevo PDeCAT intervenido por Puigdemont y diputada en el Congreso, se ha apresurado a decir que Pedro Sánchez lo va a tener más difícil con la nueva dirección. Noguera y Puigdemont no eran partidarios de apoyar la moción de censura a Mariano Rajoy, contra quien todo era más fácil dada su parsimonia política y su apuesta por la judicialización.

De todas maneras, de rebote y gracias a aquella moción, los impulsores de la Crida Nacional, a la que se sumará disciplinadamente el PDeCAT, van a disfrutar de un presidente del PP más beligerante. A Casado, el diálogo con el independentismo le parece simplemente un error y es partidario de pasar a la ofensiva en Cataluña, sin que de momento haya concretado los detalles de la misma, que de no modificar sus discursos previos, solo puede enervar el conflicto.

Casado ganó sin ningún pero; sin embargo, la victoria de Puigdemont sobre su propio partido no fue tan clara como se esperaba. Casi un 30% de la asamblea votó contra los defensores de la integración en la Crida Nacional y la dirección eliminó de la propuesta de construcción de la república el adjetivo “inmediata”, para poder aprobarse una referencia a la misma. Ni los militantes del PDeCAT pueden creerse que la República Catalana es cosa que vaya a suceder ”enseguida, sin tardanza”, en contra de las continuas proclamas de su líder. Aun así, el ex presidente ganó la partida.

A Casado, el diálogo con el independentismo le parece simplemente un error y es partidario de pasar a la ofensiva en Cataluña

Marta Pascal era el objetivo de toda la maniobra de los seguidores del legitimismo puigdemontista y fue la única víctima; el resto de su dirección sigue en el cargo, compartiendo transición orgánica con las incorporaciones indicadas por Puigdemont. Pascal accedió a la coordinación del partido gracias al impulso de Artur Mas y durante su mandato solo le ganó un pulso a Puigdemont, el de la moción de censura, lo que supuso la guinda del desencuentro.

Pascal, desde hace unos meses senadora de designación autonómica, empezó a cavar su tumba política el día que no pudo impedir la creación de la candidatura de Junts per Catalunya, repleta de fieles del ex presidente, sumando a sus candidatos a unas listas de legitimistas anti partidos, en lugar de acudir a las elecciones bajo las siglas del PDeCAT. Temió entonces sacar un resultado pésimo y ahora ha dimitido sin presentar batalla en el pleno defendiendo su opción de un soberanismo pragmático de ritmo pausado. Una candidatura improvisada con sus planteamiento, pero sin ella obtuvo casi el 30% de los votos.

¿Dónde queda ERC?

La sumisión de la vieja Convergència a un triunfante Puigdemont sitúa a ERC en el ojo del huracán del radicalismo, pero también le concede la carta de ser la única opción del soberanismo moderado: siempre y cuando el partido de Oriol Junqueras sea capaz de soportar el pressing a que le va a someter el entorno mediático del legitimismo. Defender esta posición no les va a resultar sencillo a los republicanos, quienes abogan por una unidad de estrategia como alternativa a la unidad orgánica bajo la égida de su gran adversario.

Las posibilidades de éxito de ERC pasan en buena medida por Madrid y la concreción de algún avance político gracias al diálogo. No lo tienen fácil. El margen de maniobra del gobierno Sánchez es muy limitado a corto plazo por culpa de la judicialización del conflicto y los tiempos procesales; a medio y largo plazo, las perspectivas se le han complicado mucho más con la llegada de Pablo Casado, quien se ha manifestado siempre en contra de cualquier gesto o mínima reforma que pudiera templar los ánimos del independentismo.

El nuevo presidente del PP es pues un regalo para Puigdemont y un inconveniente complementario para una ERC aislada --con estupendas expectativas electorales que hasta ahora siempre se las lleva el viento en el último minuto--, además de un incordio para el diálogo impulsado por Pedro Sánchez, aunque tal vez en otros aspectos de la política general el presumible discurso derechista de Casado le vaya a beneficiar al PSOE.

El adelanto electoral en Cataluña será el factor determinante en los próximos meses, la madre de todas las prisas, de todos los miedos a ser señalados como enemigos del pueblo, la puerta para el retorno virtual de Puigdemont como candidato a la presidencia; y todo esto será posible en cuanto se cumplan los plazos legales y Puigdemont tenga lista su plataforma personalista, circunstancias que podrían coincidir con el juicio oral a los dirigentes procesados.