La reflexión interior en Cataluña por parte de los líderes catalanes acerca de lo que pasó, lo que pasa y lo que puede pasar en el país se está demostrando tanto o más difícil que las conversaciones entre la Generalitat y el Gobierno central. El Parlament encargó al presidente Torra allá por el mes de julio el establecimiento de un espacio para el diálogo y, finalmente, esta primera reunión de los presidentes de los grupos parlamentarios se ha convocado para el 16 de noviembre. Inés Arrimadas, jefa de la oposición, ya ha advertido que prefiere la celebración de un pleno monográfico a un encuentro a puerta cerrada.

El procés se ha convertido en una fuente inagotable de réditos electorales para los que lo sustentan sin desánimo y para los que dicen combatirlo utilizándolo simplemente como espantajo político. Ciudadanos, PP y la CUP no apoyaron la convocatoria de esta mesa de diálogo, impulsada por el PSC con los votos de los Comunes, ERC y JxCat. La derecha constitucionalista porque mantiene la tesis del error absoluto a todo acercamiento a los supuestos golpistas y los anti sistema por intuir que en este espacio transversal no se va a implementar la república ni a defender la autodeterminación.

La propuesta de la mesa de diálogo (interior) fue asumida con escaso entusiasmo por ERC y JxCat, por considerarla sus portavoces como un intento de “liarnos o hacernos perder el tiempo” de la prioridad del movimiento que, por otra parte, en esta fase es de difícil concreción, salvo por lo que respecta a la exigencia de libertad para sus procesados encarcelados. Al final, dieron sus votos a la iniciativa socialista tras incorporar la idea de que un mayor consenso en el Parlament serviría para fortalecer la posición de la Generalitat en la mesa de diálogo con Madrid.

Arrimadas contrapone la transparencia del debate parlamentario al secretismo de la reunión a puerta cerrada de los líderes de la cámara catalana, desechando la larga (y eficaz) tradición política de los encuentros entre gobiernos y oposiciones en todo el mundo y denunciando un intento de “vaciar de contenido al Parlament”, cuando fue justamente el pleno de la cámara el que instó la convocatoria de la mesa de diálogo. Dada la experiencia de los múltiples y estériles debates mantenidos en los últimos tiempos en la cámara catalana, la apuesta de la líder de Ciudadanos podría entenderse como la preferencia por más televisión para mantener viva la confrontación y menos predisposición a trabajar conjuntamente, a puerta cerrada, para desescalar el conflicto.

Arrimadas contrapone la transparencia del debate parlamentario al secretismo de la reunión a puerta cerrada de los líderes de la cámara catalana

Atendiendo a las reticencias del independentismo y con la perspectiva de la ausencia de la líder de la oposición, mucha más dispuesta a subir a la tribuna que a acudir al despacho del presidente de la Generalitat (declinó la última invitación por el lazo amarillo instalado en la fachada del Palau), no es aventurado pronosticar que la reunión del 16 de noviembre pueda ser la primera y la última de la serie.

La polarización política y sus consecuencias internas en Cataluña permanecen a la sombra del conflicto general con el estado; a menudo, se tiende a minimizar su trascendencia como si la existencia de dos bloques electorales y sociales claramente enfrentados pudiera difuminarse con una sentencia o como si la aceptación de esta realidad incómoda fuera una concesión intolerable al estado. De hecho, tan solo PSC y los Comunes expresan cierta confianza en la viabilidad de estas reuniones (denominarlas cumbres políticas podría ser grandilocuente, de momento) cuyo objetivo es el de explorar un posible acuerdo de mínimos para restablecer la confianza rota entre los bloques, intentar resucitar a un Parlament mortecino o elaborar un plan para reactivar un gobierno instalado en el desinterés por el día a día.  Para más adelante y en función de los primeros pasos, quedaría la negociación de posiciones de futuro colectivo con el gobierno central.