La pandemia y la extensión del teletrabajo nos ha regalado una nueva figura: la del currante que reniega de su propia casa y en las reuniones por videollamada echa mano de los fondos de Zoom. Se establece entre los presentes una suspensión de la incredulidad, porque todos sabemos que José Luis no está en esa playa tropical, sino en una casa que desprecia. Y por ello le permitimos hacer el ridículo entre palmeras renderizadas sin hacer mofa de él en público. Hasta puede que le riamos la gracia. 

Ayer, Pablo Casado era José Luis. Reunió a la Junta Directiva Nacional del Partido Popular en la calle Génova, con la mala suerte de que, al mismo tiempo, en la Audiencia Nacional se juzgaba si los apliques y el mobiliario de la sede habían sido pagados con el dinero sucio de la corrupción. Así que para disimular se puso de fondo un mural con la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. 

Cabe esperar que Casado no quisiera simular ayer que estaba a punto de dar las Campanadas de Nochevieja, porque ni son fechas ni tiene el empaque de la Pedroche. Más bien trataba de hacernos olvidar que estaba en el epicentro de la corrupción española, calle Génova, acera impares, al tiempo que presumía de la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid. 

Sucede que la Real Casa de Correos no le pertenece a Isabel Díaz Ayuso, ni a Pablo Casado, ni siquiera al Partido Popular, por mucho que la lleve 26 años gobernando y crea que con la compra de Tamayo y Sáez estableció algún tipo de contrato de arras. Porque la institucion pertenece a los madrileños, de la misma manera que no sería entendible que Pedro Sánchez o Ábalos dieran ruedas de prensa en Ferraz frente a una lona gigante con la imagen del Palacio de la Moncloa. 

Es entendible esa apropiación, no solo por la costumbre, sino porque el parque inmobiliario del PP es menguante y necesitan sacar pecho. En Cataluña, han cambiado el Grupo parlamentario propio por una Multipropiedad, en Valencia han perdido el lucrativo apartamento a pie de playa y en Baleares llevan tiempo desalojados por la vía judicial. La cosa no mejora donde mantienen el poder: las llaves del cortijo andaluz y del pazo gallego las custodian los barones y a Casado no le dejan ni pasar allí los puentes. Para mantener la barraca de Murcia han tenido que subarrendarla a los okupas del transfuguismo y la casa solariega de Castilla y León la tendrá que apuntalar la extrema derecha. 

De ahí que tengan que dar el todo por el todo en Madrid, si el liderazgo de Pablo Casado no quiere acabar desahuciado. Para un novato podría chocar  que un día Ayuso meta miedo a los madrileños diciéndoles que Pablo Iglesias les va a “expropiar” la casa para al día siguiente apropiarse ella misma de la casa común de los madrileños. Pero hablamos del mismo partido que compra voluntades de tránsfugas, que acapara el uso de la bandera nacional, que se acaba de adueñar de la palabra Libertad para su lema electoral y que desvió dinero público para remodelar su sede nacional, presuntamente. El partido de la sacrosanta propiedad privada de los individuos que, siempre que puede, se apropia de lo que pertenece a todos.