(“La cabeza de la manifestación ha de avanzar bastante para que atrás puedan situarse las decenas de miles de malagueños que acuden. La ilusión y la alegría es compartida por todos. Estamos todos los parlamentarios, los ocho diputados, los cuatro senadores. Allí estoy con Muriel, Brickman y Bernal, Román, Sanjuan y Ballesteros, Tomás García, Villodres, Huelin y García Pérez. La bandera andaluza es la pancarta… Al volver hacia el centro notamos un espacio vacío grande, desde la zona donde ahora está Unicaja, detonaciones y humaredas de los botes de humo, supimos que algo pasaba... El Puente de Tetuán estaba vacío y el grupo en el que iban Francisco Román –PSOE- y Manuel Ruiz –PCE-, entre otros, decidimos cruzarlo. Pasada la mediación un policía, pistola en mano, lo cruza de sur a norte. Está como” ido” y le insto a que enfunde el arma. Sin esperar a si lo hace o no, cruzamos hacia la Alameda principal y allí un grupo de UGT arroja piedras contra la policía. Ahora es a los sindicalistas a los que les pido que cesen la violencia…Una bola de goma de la policía impacta en mi pierna derecha… Seguimos Román y yo hasta el Gobierno Civil y allí el gobernador nos da la noticia de la muerte de García Caparrós, en la Alameda de Colón, cerca del Puente de Tetuán. Debió ser un poco antes de que lo cruzáramos”). Fragmentos del texto “No olvidaré nunca el 4-D”, de Francisco De la Torre, alcalde de Málaga, publicado en el libro Crónica de un sueño sobre la transición en Andalucía

No es que yo presuma de quinceña pero sí que hay una leve brecha generacional entre mi altocargo y yo. Él habla de Breznev, de Lola Gaos, de Locomotoro, de los inviernos de los charcos helados, de Cecilia. Una es más de Espinete y de Mecano. Y por ahí se nos forman vacíos insondables. Es como si a él la vida le hubiera dado la vuelta y se le hubieran agotado las frases del texto de su representación. Ite misa est, murmura a veces en latín, ite misa est.

Mucho antes de que las redes sociales vaciaran las palabras (la libertad se tocaba en las pancartas y en los pezones, en los labios y en los tajos obreros, poesía necesaria, poesía para el pobre), mi altocargo prestó los treinta y cinco años de entusiasmo civil andaluz que median desde las ciclostil hasta las impresoras tridimensionales, desde las cabinas telefónicas trucadas hasta los wassap, desde los repartos de tierras a los ventajas competitivas de las putas escuelas de negocios.

De todo ese metraje de años descomunal, su agujero negro es la muerte de García Caparrós. No estaba en Málaga aquel cuatro de diciembre de hace cuarenta pero sí muy cerca y muy enfebrecido por aquella bandera de conceptos y de dignidades agraviadas. Aquellos días del ciego bocado de la impotencia deben andar en las hemerotecas con sus textos de la ira por el muchacho tiroteado. El franquismo se moría matando con balas perdidas. Balas perdidas para chaveas con banderas verdiblancas. Balas perdidas para la impunidad de los uniformes y de las bandas paramilitares de la extrema derecha.

Pasó un día y pasó un mes y pasó un año. Y fuimos asesinando a García Caparrós con la bala perdida del olvido. Otro día. Y luego otro mes. Y luego otro montón de años. Y alguna vez una publicación y alguna vez una calle para gloria del vivo que comercializaba la memoria del muerto, un muerto al que, por olvidar recordándolo, siempre se le confundieron por cierto los nombres.

Lo que me jode ahora, amore, es que hayan tenido que ser estos tiempos de catalanes y recelos territoriales los que hayan puesto a García Caparrós en el viento de los discursos y en los labios de los políticos Incluso este texto de Francisco de la Torre, escrito hace tiempo para olvidar que lo habíamos olvidado. Este desamparo.                             

Fue a Piglia a quién leí que la muerte de un joven es siempre imposible. ¿Y su asesinato? ¿Y la impunidad del crimen? A veces, muy pocas veces, vida mía, me consuelo con que el asesino tiene la condena de no poder morir y vive corroído sin descanso por cuarenta años de remordimientos y de insomnios. Tal vez aquel policía pistola en mano que iba “como ido”. Y tal vez esté leyendo esto.