La mayoría absoluta de Juan Manuel Moreno Bonilla, con 58 escaños y más de un millón y medio de votos, se materializó el domingo 19 de junio de 2022, pero en realidad comenzó a gestarse mucho antes, y no tanto por mérito del Partido Popular –al menos hasta 2018– como por demérito del Partido Socialista de Andalucía, que lleva perdiendo votos ininterrumpidamente desde hace casi tres lustros.

En efecto, entre las elecciones autonómicas de 2008 y las del pasado domingo el PSOE ha perdido 1,5 millones de votos; en unas convocatorias ha perdido más y en otras menos, pero nunca ha dejado de perderlos... ni dado con la fórmula para evitarlo.

Tras el subidón espectacular pero engañoso de marzo de 2004, cuando pasó de los 1,79 millones del año 2000 a los 2,26 millones de cuatro años catapultado por la indignación provocada por las mentiras del Gobierno Aznar tras los atentados del 11-M, el entonces presidente Manuel Chaves logró mantener el tipo en 2008, en cuya convocatoria electoral, de nuevo coincidente con las generales como en 2004, se dejó en la gatera 82.000 votos pero conservó, con 56 escaños, la mayoría absoluta.

Sin embargo, a partir de 2008 el declive ya fue imparable: aunque la sangría fuera culpa de la crisis financiera internacional y la gestión del Gobierno Zapatero más que de los socialistas andaluces, en 2012 el partido, ya con José Antonio Griñán al frente, perdió más de 600.000 votos. Impulsada por Ferraz, la sustitución de Chaves por Griñán en la primavera de 2009 pretendía precisamente taponar la sangría. No lo consiguió.

Tres años después, en 2015, el PSOE pasó de los 1,56 millones de votos de tres años antes a 1,40 millones, con una pérdida de casi 160.000 votos; y solo tres años y medio después, en diciembre de 2018, llegó la catástrofe: el PSOE de Susana Díaz era desalojado del poder tras perder más de 400.000 votos. Y de nuevo tres años y medio después, en junio de 2022, otra muesca más en su historial de retrocesos: Juan Espadas ha perdido 126.000 papeletas, cifra abultada de por sí pero agravada por el hecho de que se restaba a un resultado ya de por sí calamitoso.

Aunque el resultado logrado el domingo por el Partido Popular se produce en un contexto de clara decadencia electoral de su adversario histórico, la explicación de tan rotundo éxito hay achacarla menos a los errores socialistas, que también, que al certero enfoque que Juan Manuel Moreno y su equipo dieron a un mandato que, aun habiendo nacido con el baldón de sostenerse en la extrema derecha, afianzó la imagen de moderación del presidente que ha sido una de las claves de la victoria popular.  

En realidad, la trayectoria electoral del PP andaluz ha venido siendo bastante errática: de los 1,73 millones de votos de 2008 pasó en 2012 a 1,56 millones, a 1,06 millones en 2015 y a solo 750.000 en 2018. 

Ha habido, obviamente, variables que han favorecido que en 2022 haya doblado su número de papeletas, principalmente el hundimiento de Cs, pero restar cualquier mérito a Moreno, como hizo la vicesecretaria socialista Adriana Lastra la noche electoral, es síntoma de una ceguera política no del todo exenta de soberbia. No es la mejor forma de inaugurar una legislatura que, antes al contrario, requerirá grandes dosis de autocrítica en las direcciones de Ferraz y San Vicente. Juan Espadas tiene ante sí una tarea titánica.