Si el ‘procés’ de los soberanistas catalanes liderados por Oriol Junqueras tenía por objeto desembarazarse de la tutela del Estado y lograr la independencia de Cataluña, el ‘procés’ de Teresa Rodríguez y sus leales perseguía independizar Adelante Andalucía de la tutela de Podemos e Izquierda Unida.

Ambos líderes ‘procesistas’, el catalán y la andaluza, chocaron con el mismo escollo insalvable: ni Cataluña era del uno ni Adelante es de la otra. De modo inexorable, quienes se sintieron agredidos por ambas apropiaciones obraron en consecuencia.

Utilizando para ello medios materiales del mismo Estado que acabaría imponiéndoles durísimas penas de cárcel, Junqueras y los suyos tomaron un atajo pacífico pero ilegal para hacer efectiva la soberanía de Cataluña en el menor tiempo posible.

Su idea era y es crear un Estado propio: proyecto perfectamente legítimo, pero demasiado ambicioso a tenor de los recursos humanos, materiales e institucionales con que contaban.

Valiéndose de su privilegiada posición para instrumentalizar en beneficio propio medios materiales que eran de todo grupo parlamentario, Rodríguez y los suyos han maniobrado a espaldas y en contra de Podemos e Izquierda Unida, cuya sentencia ha sido a su vez más ejemplar que justa: estigmatizarlos como tránsfugas y desterrarlos sin honores al inclemente gallinero de los diputados no adscritos.

La idea de Teresa Rodríguez es crear un partido propio y soberano: proyecto perfectamente legítimo pero, como el de Junqueras, demasiado ambicioso a tenor de los recursos humanos, materiales e institucionales con que cuentan y cuya escasez quisieron los ahora expulsados compensar expoliando o al menos tomando prestado pero sin permiso el patrimonio común de Adelante.

En sentido estricto y ateniéndose al significado que el uso común atribuye a ambas palabras, ni los independentistas catalanes serían propiamente ‘sediciosos’ ni los soberanistas andaluces serían propiamente ‘tránsfugas’. Ni los unos se alzaron colectivamente y por medios violentos contra el Estado ni los otros se han traicionado a sí mismos y a su partido para beneficiar a adversarios de éste.

Ni de lejos Junqueras y Rodríguez son inocentes –en política nadie lo es–, pero no parece que sean culpables de los gravísimos delitos de sedición y transfuguismo por los que han sido condenados. No por ello, sin embargo, han logrado escapar a la pena dictada por quienes eran más fuertes –o tenían más razón– que ellos.