Los golpes de mano inspirados en la audacia pero no respaldados de modo inequívoco por la legalidad son una buena idea si acaban de inmediato con el enemigo interno al que iban destinados, pero pueden acabar reforzando al adversario y aun desembocar en una guerra civil si este sale vivo del embate.

Es lo que ocurrió en 2016 en el Partido Socialista cuando 17 miembros de su Comisión Ejecutiva Federal alineados con Susana Díaz dimitieron súbitamente para forzar la caída de Pedro Sánchez. La audaz jugada no solo salió mal sino que acabó teniendo un efecto contrario al perseguido: el secretario general salió fortalecido y hasta los más leales a Díaz llegaron a dudar de la oportunidad de una operación no del todo respetuosa con la letra ni el espíritu de los estatutos del partido.

Es lo que, con matices propios, acaba de ocurrir en Adelante Andalucía al lograr esta semana Podemos e Izquierda Unida de la Mesa del Parlamento la exclusión del grupo de Teresa Rodríguez, principal referente político y parlamentario, y siete diputados leales a la ex coordinadora regional morada y cabeza de lista en las autonómicas de 2018. El delito por el que han sido condenados: transfuguismo.

Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera

Ahora bien, ¿cabe con propiedad acusar de tránsfugas a Teresa y los suyos? En sentido estricto, difícilmente, pues han abandonado Podemos, sí, pero todavía no se han ido a ningún otro partido. El adverbio es importante. Aristóteles nos saca del apuro: los ‘odiosos ocho’ son tránsfugas en potencia, pero no en acto.

En ese grupo de diputados se aloja el transfuguismo del mismo modo que en la flor se aloja el fruto: la flor no es fruto pero lo será, no está en su mano no serlo; los expulsados de Adelante no son un partido pero lo serán, no está en su mano no serlo: un partido inevitablemente distinto de Adelante aunque pretenda llamarse igual.

Con una celeridad inusitada en las cosas de palacio y con los votos favorables de PSOE, PP y Vox, la solicitud fue tramitada y resuelta el mismo miércoles 28, ciertamente atendiendo a la letra del Reglamento pero desoyendo los reparos jurídicos y las llamadas a la prudencia del letrado de la Mesa y de la propia presidenta Marta Bosquet.

Al contencioso que enfrenta a federales y confederales, españolistas y andalucistas, jacobinos y soberanistas o, ya puestos, prosocialistas y antisocialistas, a ese enconado contencioso le espera un cierto recorrido en los tribunales, seguramente en el Tribunal Constitucional, al que apelarán los excluidos alegando la conculcación de sus derechos fundamentales.

Los ‘odiados ocho’

“Tanto tocar las narices con las dietas y las bajadas de sueldo los ha puesto de acuerdo en algo: me odian”, comentaba Teresa Rodríguez en su cuenta oficial de Twitter horas después de ser fulminada.

La operación relámpago ‘Matar a la Tere’ ha tenido, en todo caso, como primer efecto dejar sin financiación parlamentaria a los ‘odiados ocho’, cuya baja como afiliados de Podemos ha sido el argumento de este partido y de Izquierda Unida –las dos principales formaciones fundadoras de Adelante– para pedir su exclusión del grupo parlamentario. Interpretan los promotores de la ofensiva que tales bajas cabe interpretarlas como transfuguismo, ya que dejan a Podemos sin diputados en Adelante.

El embrollo orgánico, jurídico, parlamentario, presupuestario y, por supuesto, político es de tal envergadura que su cabal comprensión es apta solo para los muy enterados de los entresijos de una confluencia orgánicamente hilvanada con alfileres desde su fundación y políticamente sustentada sobre pilares estratégicos lo bastante imprecisos como para concitar la aquiescencia de todos sus socios andaluces, pero no tanto como para diluir los recelos suscitados en las direcciones nacionales de Izquierda Unida y Podemos.

‘Adelante soy yo’

Botada apenas seis meses antes, la ‘nave común de la izquierda transformadora’ quedó muy tocada por el fracaso electoral de diciembre del 18, parcialmente huérfana con la renuncia de Antonio Maíllo a su empleo en el puente de mando, con la marinería desconcertada y sin rumbo cuando Teresa Rodríguez dejó Podemos para regresar a Anticapitalistas y, en fin, prácticamente hundida cuando la dirigente gaditana primero inscribió –“usurpó”, según sus adversarios– como propia en el registro la marca Adelante y después metió de rondón a su partido en la casa común, articulando así una artificiosa mayoría de tres partidos minúsculos –Anticapitalistas, Primavera Andaluza e Izquierda Andalucista– frente a dos mucho mayores –Izquierda Unida y Podemos–.

La arriesgada pero quizá inexcusable iniciativa de expulsar a Rodríguez y los suyos es, de alguna manera, el certificado de defunción del Adelante que conocimos –hoy por hoy chasis sin motor, carcasa vacía–, pero también una declaración de hostilidades en toda regla. Lo que desde hace casi un año era una informal guerra de guerrillas se ha convertido en una guerra: por más señas, en una guerra civil.

Los promotores de la solicitud a la Mesa del Parlamento habían lanzado semanas atrás a Rodríguez el ultimátum de que devolviera la marca usurpada: ella no lo hizo porque se siente su legítima propietaria. ‘Adelante soy yo’ es la divisa que parece proclamar su conducta, en el sobreentendido de que Izquierda Unida y Podemos habrían traicionado el espíritu fundacional de la confluencia.

El grifo del dinero

Sin considerar esa inquebrantable fe legitimista de Teresa no podría entenderse ni su apropiación ventajista de las redes sociales de Adelante ni la poco escrupulosa discrecionalidad con que últimamente ha gestionado los fondos del grupo parlamentario, escamoteando a Izquierda Unida más de 100.000 euros en este trimestre o negando su parte proporcional a Podemos porque sus ocho diputados han abandonado las filas de Pablo Iglesias para pasarse a las suyas.     

Con esta jugada de la expulsión, IU y Podemos intentan matar dos pájaros de un tiro: el pájaro económico –los expulsados se quedan sin dinero para financiar su propio proyecto político porque pierden la cuota proporcional de la asignación parlamentaria de 1,6 millones de euros al año que le corresponde a Adelante por sus 17 escaños– y el pájaro político –dejar sin visibilidad parlamentaria ni asidero orgánico a Teresa Rodríguez y los suyos, arrojados a la fosa común de los diputados no adscritos–.

Hagan apuestas

En principio, las apuestas están a favor de Podemos e Izquierda Unida, pero ambos deberían recordar que también lo estaban en su día a favor de Susana Díaz frente a Pedro Sánchez, que dio la vuelta a las todas previsiones utilizando hábilmente en su favor el argumento legitimista del príncipe destronado con malas artes por sus adversarios.

En todo caso, está por ver si Toni Valero y Martina Velarde, líderes andaluces de IU y Podemos, han ‘matado’ a Teresa y salvado Adelante o si, por el contrario, su ofensiva no contribuirá a matar a Adelante partiéndolo en dos y salvar a Teresa regalándole el papel de princesa legítima destronada por sus taimados enemigos.

¿Matar Adelante? ¿Y qué?, se preguntarán tan campantes en el cuartel general de Unidas Podemos: si recuperamos la marca en los tribunales, perfecto; si no, Adelante quedará convertido en una carrocería sin motor y Teresa Rodríguez será la propietaria de una marca electoral hecha de ‘humo, polvo, sombra, nada’.

Una pregunta final: ¿estará sola Teresa en esta cruenta guerra civil? Sánchez contaba con el cariño de las bases socialistas y de los medios conservadores. No es seguro que Rodríguez cuente con el cariño de la militancia morada, pero sí con el de la derecha mediática andaluza, encantada con una encarnizada división que objetivamente aleja a la izquierda del palacio de San Telmo.