Entre quienes dicen que hubo todo y quienes dicen que hubo nada, la sentencia del Supremo parece situarse en la tesis de que algo hubo. Los procesados no hicieron lo que demasiada gente en España cree que sí hicieron, pero tampoco lo que demasiada gente en Cataluña piensa: que no hicieron nada, al menos nada punible ni aun reprochable penalmente.

Agustín García Calvo escribió alguna vez que, cuando decimos que no somos nada, lo que en realidad queremos decir es que no somos todo. Cuando el independentismo más metafísico dice que los procesados no han hecho nada, en realidad quiere decir que no han hecho todo. Cuando dice que para el Estado español 'el pueblo catalán' no es nada, en realidad quieren decir que no es todo. Lógico: ese ‘poble’ nunca podrá ser todo mientras continúe siendo, como mínimo, ‘dues pobles’.

Política y justicia

Lo que políticamente hicieron los promotores del ‘procés’ juzgados por el Tribunal Supremo se llama rebelión, pero lo que penalmente hicieron esas personas se llama, como mucho, sedición. Y lo sucedido en el Supremo ha sido un juicio penal, no un juicio político. En un juicio político pasa todo lo que quien tiene el poder quiera que pase; en un juicio penal con todas las garantías, no.

Durante las difíciles semanas de septiembre y octubre de 2017, el lenguaje de los líderes y altos cargos independentistas era inequívocamente el lenguaje de la rebelión, pero lo era de la rebelión política, no de la rebelión tipificada como delito en el Código Penal y para cuya comisión se requiere un alzamiento público y violento que, según el tribunal, nunca existió.

A expensas de lo que conozcamos mañana cuando se publique el fallo y sus fundamentos, se diría que la Sala de lo Penal del Supremo ha dictado la sentencia menos mala de entre todas las sentencias jurídicamente posibles. No, por supuesto, la menos mala en términos absolutos, pues esa habría sido, no podría haber sido otra, que la absolución de los encausados.

Quid est veritas?

En términos políticos, en un Estado de derecho la verdad es cosa de las urnas; en términos penales lo es del Tribunal Supremo, que no es el último en hablar porque sea el más listo, sino que es el más listo porque es el último en hablar.

La verdad penal del ‘procés’ la esclarecerán los tribunales, ya sea el Supremo, el Constitucional o el Europeo de Derechos Humanos, pero se esclarecerá en un lapso de tiempo más o menos tasado.

No sucede lo mismo con la verdad política del ‘procés’ y de la propia Cataluña, que está muy lejos de esclarecerse porque esa verdad la dictan las urnas y la voz de las urnas catalanas es condenadamente contradictoria y polifónica.

Dos opciones

Cohonestar las voces contrarias que existen en Cataluña es tarea de la política. Tarea complicada por cuanto hay una discrepancia estratégica de fondo en los distintos actores sobre cuál sea la mejor manera de solucionar el conflicto.

En realidad, las opciones son dos, las mismas dos que identificaba el gran Salustio hace más de dos mil años cuando reducía a estas las maneras de vencer a un ejército enemigo: o bien aplastándolo o bien dispersándolo. Radicales del bando catalanista y el bando españolista creen no solo deseable, sino también viable la primera opción; templados de ambos bando creen más bien que únicamente la segunda es no solo viable, sino también deseable.

Quo vadis, Esquerra?

Cataluña está atascada en un empate que todavía no es trágico, pero puede acabar siéndolo. Y quien tiene en la mano deshacer ese empate a favor de una salida templada del conflicto es Esquerra: no solo Esquerra, pero sobre todo Esquerra.

Si Junqueras y los suyos apuestan no por renunciar a su proyecto político, obviamente, sino por descartar los métodos ilegales e iliberales para hacerlo realidad, habrá una salida en la que ERC que se verá acompañada por el PSC y los Comunes. Si apuestan por la vía de las CUP, los CDR y los Puigdemont, todos seguiremos atascados durante años, tal vez décadas.

Nadie sabe a ciencia cierta cuál de las dos opciones elegirá ERC. La reacción de ayer del vicepresidente del Govern y coordinador nacional de Esquerra no despeja dudas porque fue fue calculadamente ambigua.

Pere Aragonès le puso una vela a Dios y otra al diablo al afirmar esto: “Tendremos que estar preparados para responder institucionalmente y marcar también un horizonte claro y nuevo en el país de trabajo, de estrategia compartida y de objetivos amplios para avanzar hacia la libertad y la justicia”. Pronto sabremos, en cualquier caso, qué vela prefiere.