En cierto ‘sketch’ del programa humorístico ‘Esplunge’ un médico entraba en la habitación de un paciente que lo recibía con una sonrisa esperanzada y, sin dignarse siquiera a mirarlo, revisaba con gesto profesional el historial anotado en la pizarra que colgaba a los pies de la cama, repasaba muy concentrado las constantes vitales del enfermo, las leía en voz alta y concluía categórico: “No hay duda: este hombre está muerto. Llévenselo”.

La ciencia médica decía, en efecto, que el paciente estaba muerto, pero el tipo seguía vivo. La ciencia política sostiene que Susana Díaz está muerta o al menos que debería estarlo desde hace mucho tiempo, pero lo cierto es que sigue viva. Este domingo mantiene encuentros con militantes de seis pueblos, tres de Jaén y tres de Granada: Rus, Canena, Quesada, Santa Fe, Atarfe y Otura. No está nada mal para un difunto.

Dos más uno

La mayoría de observadores coinciden en que quien tiene con diferencia más probabilidades de ganar la cabecera del cartel socialista para las autonómicas es el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, cuya candidatura apadrina Ferraz tras haber escuchado a dirigentes provinciales que desde hace tiempo piensan que Díaz es una opción perdedora y que con ella los socialistas desperdiciarían su última oportunidad de reconquistar San Telmo a corto plazo: si la derecha –conjeturan– logra un segundo mandato, pasará mucho tiempo antes de que el PSOE logre desalojar a Juan Manuel Moreno del palacio San Telmo.

Aunque los medios no le prestan mucha atención, la participación en la carrera de un tercero al que nadie esperaba ha añadido un cierto suspense a la competición. Nadie, por supuesto, cree que Luis Ángel Hierro pueda ganar, pero no pocos piensan que puede restar a Juan Espadas suficientes votos como para forzar una segunda vuelta, obligada por el reglamento si ninguno de los candidatos supera el listón del 50 por ciento de los votos.

La ciencia política razona que Hierro encarna el ‘sanchismo verdadero’, el de primera hora, el izquierdista, el abanderado de la renovación orgánica y de la consigna ‘todo para las bases’, mientras que, además del blasón de la victoria por haber ganado y conservado Sevilla, Espadas encarnaría un cierto ‘sanchismo institucional’, ese que desde la victoria de Sánchez en las primarias de mayo de 2017 se habría dejado en el camino no pocas de las promesas orgánicas hechas entonces. 

Según ese planteamiento, lo lógico sería que Hierro, el candidato que se autoubica más la izquierda de los tres, acaparara una buena parte del 30 por ciento que el sanchismo logró en las primarias de 2017. Ciertamente, es un razonamiento plausible, pero proviene de la misma ciencia que viene certificando que Díaz está muerta.

En conciencia, a la pregunta de quién ganará el próximo día 13 en las primarias andaluzas solo cabe responder como lo hacía uno de Les Luthiers cuando su compañero le preguntaba cuál era el sentido de la vida: “Te lo diré en tres palabras: Yo-Qué-Sé”.

Compromiso pata negra

¿Por qué sigue viva Susana Díaz y por qué, en consecuencia, su participación en la carrera andaluza inquieta –difícil saber en qué grado– a la dirección federal del partido en general, pero muy en particular a los miembros de ella que convencieron a Pedro Sánchez de que había que adelantar las primarias, previstas para final de año? ¿Fue buena idea hacerlo? ¿Estaba Díaz menos quemada de lo que sugerían los ansiosos informes del ‘espionaje’ sanchista?

En primer lugar, Susana está viva porque hay en ella una determinación inmarcesible de no rendirse jamás. ¿De dónde le viene tanta fortaleza y vigor? De la ambición y el resentimiento, dicen sus enemigos; de su madera de líder, replican los suyos.

La expresidenta andaluza encarna un compromiso pata negra que se diría de otro tiempo, de cuando los líderes de los partidos con cargos institucionales ‘descansaban’ los fines de semana visitando remotas agrupaciones del partido aunque no fuera periodo electoral.

Soldados de un ejército desmoralizado por graves pérdidas institucionales y severísimas sentencias judiciales, muchos militantes del PSOE andaluz aprecian y valoran la voluntad de hierro de Díaz para jugárselo todo a la incierta carta de la reelección. Pudo elegir un destino tan confortable y bien remunerado como la Presidencia del Senado y no lo hizo, y la militancia de un partido de izquierdas no echa en saco roto una apuesta así.

Sin embargo, no parece probable que esos mismos militantes consideren que Díaz es quien más probabilidades tiene de recuperar –pues de eso se trata al fin y al cabo– la Junta de Andalucía que ella misma perdió y rescatar del limbo de la abstención a los varios cientos de miles de votantes socialistas que se quedaron en casa en diciembre de 2018.

Los suyos, en cambio, creen que sí, y mirando al pasado citan el caso del extremeño Guillermo Fernández Vara o el de Castilla-La Mancha, donde el PP solo gobernó durante una legislatura. Sus adversarios esbozan media sonrisa de conmiseración y miran al futuro.

Tiempos volátiles

Sea como fuere, los tiempos son lo bastantes volátiles como para que nadie se atreva a hacer hoy las predicciones ‘científicas’ de 2017, cuando eran legión los convencidos de que la victoria de Díaz era segura.

¿Tiempos volátiles? Y tan volátiles: un error de cálculo de Ferraz en la periferia peninsular de Murcia desencadenaba en apenas un mes un terremoto con epicentro en Madrid y semanas más tarde la hegemonía del PP en unas encuestas hasta entonces lideradas por el Partido Socialista.

Por esa volatilidad puede ser tan importante el debate que los tres candidatos celebrarán el martes 8 en la sede socialista. El choque puede marcar un punto de inflexión en la campaña hasta la votación del domingo 13. O puede ser irrelevante, quién sabe. En todo caso: cuídate, Juan Espadas, de los idus de junio; cuídate, Susana Díaz, de ti misma; y cuidaos ambos del tercer hombre.