Una cosa buena, un efecto colateral positivo de la borrasca Filomena es que no nos hemos visto obligados a quitarle el sonido a la televisión durante los telediarios porque la política no ha puesto sus sucias manos sobre ella.

Ha puesto, como mucho, algún dedito, pero enseguida lo ha retirado. Como muestra, un pequeño botón del tamaño apenas de un hueso de aceituna: el eximio ingeniero y extravagante dirigente Teodoro García Egea publicó en su cuenta de Twitter este mensaje pero poco más: “Iglesias y Sánchez han tenido una noche de mantita y peli. España trabajando para restablecer la normalidad y el Gobierno ausente”.

Voces del pasado

La mayor nevada en muchas décadas ha dejado poco margen para culpar al Gobierno, aunque desde el PP han rescatado de la hemeroteca las críticas que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hicieron a Mariano Rajoy en enero de 2018, cuando la súbita nieve dejó atrapados cientos de vehículos en la autovía del noroeste A-6.

En descargo (parcial, eso sí) del presidente y vicepresidente ha de subrayarse que entonces 1) el propio Ejecutivo del PP abrió un expediente a la concesionaria del tramo de peaje de la autovía y 2) el ministro del Interior Juan Ignacio Zoido y su director general de Tráfico Gregorio Serrano se quedaron tan ricamente en Sevilla para gestionar desde casita una operación retorno particularmente dificultosa debido al bloqueo de la AP-6.

Aunque todavía es pronto para sacar conclusiones, parece que esta vez la oposición no hará política con la nieve caída. Hasta el más lerdo lanzador de huesos de aceituna sabe que, vista la violencia inusitada de la borrasca, no es momento de culpar a Sánchez de no haberse subido él mismo a una quitanieves para despejar las autovías que entran y salen de Madrid.

Nuestra guerra médica

No ha sucedido ni está sucediendo lo mismo con la Covid-19, en la que desde el minuto uno las derechas vieron una oportunidad de desacreditar al Gobierno reponsabilizándolo de las decenas de miles de vidas que el virus se ha llevado por delante. Combatir la pandemia es, sobre todo, cosa de epidemiólogos, al igual que desbloquear las carreteras es cosa, sobre todo, de ingenieros de tráfico.

En ambos casos, ningún político toma decisión alguna sin antes escuchar muy atentamente cuanto le dicen los expertos (solo si no los escucha –caso de Trump, Bolsonaro y un poco también nuestra inverosímil Díaz Ayuso– está legitimada la oposición para reprochárselo).

En ambos casos, pandemia y Filomena, la gestión de daños y los equilibrios imposibles entre salud y economía están siendo compartidos por el Gobierno de España y los ejecutivos autonómicos; y en ambos casos, en fin, la causa del mal es del todo ajena a la acción humana y a la política.

Sin embargo, con la pandemia había más margen que con la borrasca para hacer política de la mala. Más margen, pero no más razón.

La política ha contaminado estúpidamente de ideología la guerra médica contra el virus, que es como si en las llamadas guerras médicas que las polis griegas entablaron contra la invasión del imperio persa, el ágora ateniense se hubiera visto inundada de voces favorables a Darío y contrarias Temístocles justo en el momento en que la Gran Desgracia se cernía sobre Atenas.