Puede que Pablo Casado todavía se atreva a repetir alguna que otra vez que Salvador Illa ha sido “el peor ministro de Sanidad de Europa”, pero seguramente lo hará en voz baja, con los párpados caídos y ruborizándose un poco, consciente de que cada vez que él lo repita o alguien se lo recuerde, su crédito se hundirá un poco más.

Cataluña ha evidenciado las limitaciones políticas, estratégicas y argumentales de Pablo Casado. El PP tiene al frente de su sala de máquinas a un principiante, lo que el lenguaje coloquial llama despectivamente un chuflas. Para el Partido Socialista y para Vox, que el PP tenga un líder inconsistente como Casado es una bendición; para el país, una desgracia.

En clave nacional, el resumen de las autonómicas catalanas de ayer es bastante sencillo: gana Pedro Sánchez, pierde Pablo Casado y empata Pablo Iglesias. También pierde, claro, Inés Arrimadas pero su derrota por goleada había sido descontada hace mucho tiempo por todos los observadores.

Cs empezó a tejer su derrota de ayer tras su victoria fulgurante de 2017, cuando Arrimadas ganó las elecciones en Cataluña y al día siguiente se fue a Madrid por orden de aquel inverosímil Albert Rivera que se había convencido a sí mismo de ser más listo que la realidad. Tres años después no está claro que sea más listo, pero sí más rico, de manera que en un cierto sentido tal vez sí que es más listo.

La mayoría independentista, renovada pero ligeramente distinta a la anterior, tiene distintas lecturas. La primera, que, para Puigdemont, haber sido adelantado por Junqueras pone sitio al trono de papel de la corte de Waterloo. La segunda, que la resurrección del PSC y el sorpasso de ERC a los gregarios de expresident legitimista puede que no sean determinantes de manera inmediata, pero tampoco serán inútiles a medio plazo.

Las elecciones del 14-F abren un tiempo marcado por la ambivalencia: Esquerra ha ganado y no ha ganado; quiere abandonar la vía unilateral y no quiere abandonarla; sabe que la independencia no es posible mañana mismo pero no tiene la gallardía ni el coraje de decirlo abiertamente a los mismos catalanes a quienes temerariamente había convencido de lo contrario.

Estas elecciones arrojan, por lo demás, cuatro hechos relevantes: la renovada mayoría independentista; la victoria y resurrección del PSC; la irrupción de Vox a costa del PP y Cs; y la consagración electoral del estilo Illa.

La política española saldría ganando, y la catalana no digamos, si el estilo Illa empezara a impregnar los discursos públicos de los partidos. El exministro de Sanidad encarna el buen tono, la mesura, el respeto, la modestia. Illa es el antiautobombo por excelencia, la voluntad de entendimiento por encima de las pulsiones de la ira. Salvador Illa es puro seny, el seny que la rauxa unilateralista ha devorado en apenas una década.