Para las derechas, hay penalti clarísimo y lo ha cometido el tramposo Sánchez sobre la sufrida Ayuso. Para las izquierdas, ha habido piscinazo de la incompetente presidenta madrileña, que busca camuflar su ineptitud intentado engañar al árbitro con la simulación de una zancadilla inexistente.

A la enconada controversia entre los gobiernos de Madrid y de España, que es ya una controversia de todas las derechas contra todas las izquierdas, le ocurre como a esos penaltis dudosos sobre los que, ni aun viéndolos una y otra vez con distintos tiros de cámara, llegan a ponerse de acuerdo no ya los hinchas más intransigentes, sino ni siquiera los seguidores más templados y dispuestos a aceptar de buen grado la verdad de lo sucedido en el lance, sea cual sea el equipo beneficiado.

Pedro Pérez, Constantino Sánchez

La interpretación que hacen el PP y Ayuso de lo que está sucediendo es la misma que suelen hacer los hinchas del Barça o del Sevilla sobre los penaltis dudosos a favor del Madrid: la conspiración, de Pedro en el caso de Madrid y de Florentino en el caso del Madrid. Imposible convencerlos de lo contrario.

Demasiadas coincidencias, argumentan con pasión al tiempo que despliegan una documentada sucesión de evidencias deportivo-administrativas que avalarían la tesis de la confabulación promadridista.

Ligas y federaciones han intentado resolver ese tipo de situaciones con la implementación en los estadios del llamado VAR, pero la experiencia ha demostrado que sigue habiendo muchas jugadas en las que ni siquiera las cámaras son capaces de fijar la escurridiza verdad.

Se diría que resulta imposible determinar de manera objetiva e inapelable dónde está la verdad o quién tiene la razón. O al menos quién tiene, claramente, más razón. No hay un VAR en la política española capaz de dirimir si ha habido penalti de Sánchez o piscinazo de Ayuso: quienes pensamos que el Gobierno de España ha hecho, aunque algo tarde, lo que tenía que hacer para salvar a Madrid de sí misma, nos sentimos impotentes para convencer a los convencidos de lo contrario.

No es la primera vez que sucede. Ya ocurrió con el 11-M. De hecho, todavía sigue ocurriendo con el 11-M: mucha gente de derechas no ha aceptado ni aceptará jamás que el Gobierno de José María Aznar engañó a los españoles sobre la autoría del atentado. Es una cuestión de fe y, como dijo un moderno, la fe mueve patrañas.

Hechos y culpables, culpables y hechos

Nuestro VAR deberían ser los medios de comunicación, pero no es así. Sin excepción, todos medios de referencia de la derecha –del azul oscuro casi negro al azul pálido: okdiario, esRadio, COPE, El Mundo, ABC, La Razón, El Español, El Independiente, El Confidencial y Onda Cero (por la mañana, no por la tarde)– vienen enfocando sus titulares y principales comentarios en la línea de deslegitimar, desacreditar, poner bajo sospecha o simplemente negar la buena voluntad política y la eficacia sanitaria de las medidas restrictivas impuestas por el Gobierno de Sánchez para cortar la cadena de contagios de coronavirus en Madrid e impedir que traspase los límites del área metropolitana de la capital.

¿Hacen lo mismo pero al revés los medios de izquierdas? Sí, pero solo algunos. Sí, pero en menor grado. No pueden escapar –nadie puede hacerlo– al clima de guerracivilismo dialéctico que no invade cada vez que la derecha pierde el poder, pero nunca negarán, pongamos por caso, que los GAL fueron cosa del Gobierno de Felipe González.

Tal vez por eso leemos con tanta ansiedad y fruición el diagnóstico que hacen de lo que nos pasa los medios extranjeros de mayor prestigio. No es que sean mejores que los nuestros, lo único que ocurre es que ellos no están en guerra y, en consecuencia, buscan primero los hechos y luego los culpables; aquí solemos hacerlo al revés.

La política del asco, el asco de la política

La conclusión a la que llegan muchos ciudadanos no alineados –ojo: alineados, no alienados– es bien conocida: que todos los políticos son iguales, gente de la que no te puedes fiar porque va a lo suyo y no le importa el sufrimiento de los demás. En consecuencia, muchas personas de buena fe acaban asqueadas de la política: un paisaje emocional que a su vez favorece objetivamente el nacionalpopulismo de los Trump, los Orban, los Salvini y, llegado el caso, los Abascal.

El descrédito de la política en general favorece a una opción política en particular, y esta opción política en particular lo sabe. No hay más que ver lo astuta y oportunamente desaparecido que está Vox en la batalla de Madrid. No necesita librarla porque Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso lo están haciendo por él.

Los medios amigos menos cegados por la fe deberían preguntarle al Partido Popular si no estará esparciendo por los campos de España una funesta siembra de cuya cosecha acabará apropiándose la ultraderecha.

En todo caso, los más inteligentes en la derecha sospechan que el problema de Ayuso no es político, sino psicológico, que ha metido a Madrid en un callejón sin salida no por cálculo político, sino por ineptitud personal. Piensan, en fin, que lo mejor es perdonarla porque no sabe lo que hace. Karl Kraus respondía a la plegaria evangélica añadiendo simplemente dos interrogaciones: "¿Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen?".