Convocatoria de elecciones: lo que en julio, agosto y septiembre parecía una buena idea, en octubre y noviembre ha dejado de serlo. Aunque quién sabe si la noche del 10 de noviembre lo será otra vez de nuevo.

Desde que es presidente, la repetición electoral es la carta más arriesgada que ha echado sobre la mesa Pedro Sánchez, jugador intrépido donde los haya cuyos seguidores más fieles siguen percibiendo en él el aura mágica de los audaces, el halo fascinador los visionarios.

Pedro se juega esa aureola en las elecciones del próximo domingo. Si el PSOE se queda como estaba o si se queda igual pero el bloque de la izquierda retrocede, su secretario general dejará de ser el que ha venido siendo desde la superjugada que en junio del año pasado le hizo presidente del Gobierno.

Una carta milagrosa

A los líderes que llegan adonde ha llegado él se les perdonan fácilmente los incumplimientos, las veleidades o las contradicciones, pero no la derrotas. Si el 10-N no sale bien parado, tendrá que reinventarse a sí mismo o perecer; o sea, que se reinventará a sí mismo.

¿Y por qué habría de ser Sánchez quien más se jugara esta noche? ¿Y Casado, Iglesias, Rivera, Abascal? También, pero no tanto. La principal dificultad del Pedro en esta campaña es que no ha conseguido colocar el relato de que es inocente de la repetición electoral, y de ahí que el efecto de su culpa pueda llegar a ser letal para los socialistas, ya sea en forma de baja participación, en forma de estancamiento de la izquierda o en forma de relanzamiento de la derecha.

¿Guarda Pedro algún as en la manga para el debate de esta noche? ¿Oculta algún conejo en la chistera? Si es así, mejor que no sea del tipo ‘usted no es decente’, que le espetó a Rajoy en las legislativas de 2015 para fruición de los más devotos y vergüenza de los más templados.

Esta noche, Sánchez necesita hacer algo para quebrar la tendencia a la baja que, salvo la del CIS, le dan todas las encuestas, cuyos pronósticos no son exactamente malos para el PSOE, pero sí quedan muy alejados de las expectativas manejadas por Ferraz cuando el presidente decidió convocar elecciones.

Cuatro vivos y un muerto

Paradójicamente, quien menos se juega esta noche es Rivera porque acude a la partida habiéndolo perdido todo: imposible recuperar en una noche lo que ha venido perdiendo durante meses. La crucial partida de hoy la disputan cuatro vivos y un espectro.

Tampoco es gran cosa lo que se juega Casado: las cosas le están yendo mucho mejor de lo que él esperaba y, salvo catástrofe, no es probable que las estropee. Cierto que Vox le está comiendo terreno, pero el PP parece haberse resignado a ello: los ultras le impiden crecer tanto como desearía, pero le garantizan su apoyo siempre que haga falta. Esta no es la hora de ampliar distancias con Vox, sino la de eliminar definitivamente a Ciudadanos de la carrera.

Igualmente, Pablo Iglesias tampoco se juega esta noche el ser o no ser. Salvo errores de bulto, improbables en un profesional como él, solo puede mejorar expectativas, no empeorarlas. Unidas Podemos parece que el 10-N tendrá peores resultados que el 28-A, pero siempre podrá echarle la culpa de ello a Sánchez y a Íñigo Errejón.

¿Pagará muy caro Podemos el error cometido en julio al rechazar la oferta socialista de entrar en el Gobierno? Digamos que el precio de la repetición de elecciones lo pagarán conjuntamente Pedro y Pablo, pero más el primero que el segundo porque sus cuotas de culpabilidad son inversamente proporcionales y porque, en política, a la postre es más responsable quien más responsabilidad tiene.

El formato y nosotros

En cuanto a Abascal, esta noche tiene difícil perder. Gracias a Cataluña, llega con muy buenas cartas, mucho mejores de las que imaginaba hace solo un par de meses. Lo único que tiene que hacer es jugarlas con cautela: nada de apuestas arriesgadas, nada de meterse en jardines comprometidos, para lo cual le será muy útil el rígido formato del debate, ideal para que quien no desee correr riesgos.

En un debate flexible, abierto y de verdad, a los jugadores timoratos y reservones sí podrían ponerlos en apuros los periodistas que lo condujeran, pero no es el caso: en el hiperpactado formato de esta noche, los periodistas son poco más que convidados de piedra sin margen alguno para incomodar a los contendientes.

Es llamativo, por cierto, que todos los periodistas nos quejemos de que los partidos encorsetan y desnaturalizan los debates, pero al mismo tiempo no seamos capaces de poner remedio a ello: bastaría con que todos los medios hicieran una propuesta profesional de debate de verdad para que a los partidos no les quedara otra que tragar, pues el que se negara a debatir pagaría un alto precio por hacerlo.

Pero mientras los medios se comporten como partidos, los partidos seguirán comportándose como les dé la gana.