Con una larga y apasionada trayectoria política a sus espaldas y una vigorosa y muy personal carrera literaria ajena a modas y mercados, Felipe Alcaraz (Granada, 1943) acaba de dar a la luz su último poemario, titulado ‘Como si fuera un fantasma’ (*) y publicado por Atrapasueños en una cuidada edición cuya portada reproduce el cuadro ‘La luna’, del pintor Ocaña.

El libro ha sido prologado por el también poeta y ensayista Manuel Ruiz Amezcua, para quien ‘Como si fuera un fantasma’ es “un libro de resistencia, no de decadencia”, una obra que deliberadamente “se sitúa en los márgenes, no en la primera fila, reservada a los diletantes”.

El poemario de Alcaraz, escribe Ruiz Amezcua, “busca salidas porque se instala en la búsqueda, en el sentido de la búsqueda. En el sentido de la búsqueda del otro, y de lo otro. Para alcanzar un nuevo horizonte”. Sobre todo ello reflexiona el poeta en esta entrevista.

¿Es posible la poesía en estos tiempos, con la que está cayendo, pandemia incluida?

Se dijo que después de Auschwitz ya no se podía seguir escribiendo poesía. Algo así como si hubiéramos perdido toda inocencia. Pero yo no creo que la poesía necesaria pertenezca al reino de la inocencia. Por eso hace más falta que nunca. Lo que ocurre es que no se trata ya de una poesía neutral, que es la única que amparaba y ampara la norma. Estoy hablando de esa ruptura con la lírica burguesa que comenzó a hacer Bertolt Brecht.

¿Por qué ese título: ‘Como si fuera un fantasma’?

En la primera mitad del XIX Shelley escribió un poema impagable, memorable: Inglaterra 1829, en el que habla de la necesidad de un fantasma glorioso que se alce librándonos de los tiempos convulsos, de oprobio y dominación. Es el fantasma que en 1848 pasearon por toda Europa Marx y Engels, intentando una revolución. Es el fantasma de la ideología antidominante, del intento de un nuevo sentido común. Y esa ha sido una parte fundamental de mi proyecto: la producción de un fantasma antihegemónico desde la lucha cultural.

Juan Pinilla dice que si tus versos no estuvieran firmados por ti, serían virales. Da la impresión de que te has situado fuera de la norma. ¿Es así?

Fuera de la norma hace mucho frío. Lo comprobó Javier Egea, que dijo en su diario que las contradicciones del mercado-mundo, de ese antiguo dominio, son las mismas que las del mundillo literario, con formulaciones diferentes, eso sí. Pinilla también sabe algo de esto. Pero hay que elegir, a veces al precio de la soledad o el silencio. Aunque no quiero compararme a Egea o a Pinilla, ni puedo. Simplemente hablo, como Egea al final, de ‘Soledades’. Soledades dentro del mundillo literario o artístico. Los mandarines no permitirían otra cosa.

La actualidad está en tu libro, por ejemplo el 15M. ¿Dónde estamos ahora?

La contradicción principal sigue siendo restauración frente a ruptura. El régimen del 78 y su Constitución, que no era mala, están ya carbonizados. Precisamente los que lucharon contra esto, una vez ha triunfado el relato dominante del poder, son ahora los máximos defensores, convirtiendo a la Constitución en tótem y tabú. Pero hay que seguir luchando. Lo malo no es la derrota, sino que terminemos pareciéndonos a quienes puedan eventualmente vencernos.

¿Y el gobierno con comunistas?

Hay que decidir no parecerse a quienes nos intentan vencer. Y por eso los ataques del neofascismo y del gonzalismo son lo que más nos une en defensa de este gobierno. Dentro de él, y en contacto con la gente, debemos seguir luchando por el proceso constituyente y por la república. Por el fantasma de los explotados.

Volviendo al libro. ¿El confinamiento da ganas de escribir poesía?

El libro está escrito antes, pero creo que tiene mucho que ver con lo que está pasando. Hasta cierto punto el libro es un largo abrazo, como esos que se dan en las despedidas en una estación de tren. Escribir es casi como respirar, o en todo caso es una especie de respirador. Por eso he empezado a escribir un texto sobre toda esa gente imprescindible, pero que estaba tapada, muchas veces, como las mujeres, detrás de un trabajo no pagado, o casi siempre eventual y mal pagado, como el de las mujeres cuidadoras. Me dio la idea al ver colgadas en las azoteas las sábanas y los trapos de cocina, como las banderas de la unidad popular, las banderas del estado real de la gente.

¿Nos puedes hablar de poetas de referencia?

De referencia son todos, y todas, aunque escriban desde la otra orilla. Hay algunos en la misma orilla, que están en las costuras del libro: Brecht, Pasolini, Shelley, Egea, Cernuda, Garcilaso, Juan de la Cruz, Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Enrique Vázquez de Sola, Hernández, Federico, Otero... La posmodernidad, y sé que puedo ser injusto, me ha roto el contacto con muchos poetas vivos; con otros no, que puedo citar a riesgo de olvidarme de algunas/os: Isabel Pérez Montalbán, Eladio Orta, Carvajal, Damiani, Ana Moreno, Aguilera, Ruiz Amezcua, Manuel del Pozo, Marta Sanz, Matías Escalera... Unos publicados, alguno inédito. Pero faltan muchos. La línea divisoria es la poesía de mercado. Aunque leo a todo el mundo.

¿Quizás seas tú el último poeta de la ‘otra sentimentalidad’?

La historia literaria se está escribiendo mal. Está triunfando el relato de que la ‘poesía de la experiencia’ es, realmente, el paso siguiente de la ‘otra sentimentalidad’. Y no es así. Por eso escribí La conjura de los poetas (2010). La poesía de la experiencia es la ruptura posmoderna con una poesía de clase, una poesía materialista, como la llamó Jairo García Jaramillo, o el propio Juan Carlos Rodríguez en 1980. Una poesía que marcaba una ruptura histórica y discursiva con la lírica burguesa. La poesía de la experiencia no solo se imbricaba en el sujeto lírico, sino que, además, intentaba por primera vez ser una poesía de mercado, un valor de mercado.

¿Qué autor recomendarías en estos tiempos de confinamiento?

Recomiendo leer a Bertolt Brecht, en las traducciones de Vicente Romano o Jesús López Pacheco.

(*) Libro en preventa en www.libreria-atrapasuenos.com

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