A pesar de las grandes transformaciones que se vienen sufriendo en estos tiempos nuestros, hay ciertas costumbres y ritos (como los navideños) que no cambian y permanecen anclados en la rutina de la tradición. Así la Marimorena, joven y lozana muchacha a la que encomendamos la llegada cíclica de las fiestas navideñas y las celebraciones a ellas coaligadas. Y lo dicho, la tal Marimorena debe cantar y bailar y tocar el almirez y otros recursos de percusión de los villancicos, retablos musicales populares de la Navidad de carácter intimista que acaban por incorporarse a un corpus general que todos almacenamos en nuestra memoria y asociamos automáticamente con el frío y las celebraciones religiosas. Y si, además de entender la Marimorena como un batibrurillo de sensaciones íntimas y hogareñas que se despliegan por Navidad, cumplimos con el mandato de asociarla con el folklore invernal centro europeo y de incluirla  en nuestra mas atávica tradición.

En estos términos antropológicos, la Marimorena es un archi-socioma de límites bien claros que nunca podremos definir de modo autónomo sin asociarlo con unas concreciones étnicas que lo enclaven en sus circunstancias concretas generales y particulares a la vez. Tal es el hecho donde se inserta el socioma racial de origen hindú para explicar la información nómada y la enunciación fiestas invernales a la que se han adherido otros muchos elementos informativos que completan la información socio-semántica Marimorena = gitana joven miembro de una tribu nómada y andariega que con poco son baila al ritmo del compás  y que además viaja a caballo o camello a quien dice arre, arre, arre, secuencia estimulante de la marcha, similar a ¡vamos!, ¡ande, ande, ande!, que son todo lo contrario a ¡soo! o de ¡alto!

Ni que decir tiene que nuestra Andalucía podría ser la Mari Morena, la que bailaba a nuestro son y al suyo;  al que le tocábamos y ella se dejaba tocar cuando valía aquello  de que En mi casa mando yo; cuando quiero, digo  ¡arre! y cuando quiero, digo ¡soo!  Y eso ya no va a ser posible por un tiempo largo y prolongado y nos vamos a tener que jeringar. Quién podrá adivinarlo, si alguna vez cambiará  la historia y volveremos  a ser lo que fuimos, como dice nuestro himno.  Y como sigue diciendo: Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad; sean por Andalucía libres, España y la Humanidad.

No es fácil conseguir enderezar la Historia una vez que se torció; no es  fácil reconquistar lo que se perdió en mala lid y no se podrá recomponer lo que en mala lid se descompuso por la incuria y desidia de malos dirigentes y peores irresponsables. Tampoco es fácil conseguir dar con la tecla de las equivocaciones de por qué polvos se pudo llegar a estos lodos porque el examen auto-crítico es lo más difícil de hacer bien. Ojalá pronto seamos capaces de rectificar y remontemos la nueva posición de  nuestra lucha, con los nuevos elementos de auto crítica y de rectificación. Ojalá , ojalá, ojalá.

La humildad es la mejor madre de la victoria y el auto-análisis el mayor  padre de  la rectificación, si se saben aplicar a tiempo y se sienten con la sinceridad  de arreglar los entuertos: no haber sabido equilibrar suficientemente Andalucía, ni desarrollar equilibradamente su periferia, ni controlar inteligentemente la planificación de sus reequilibrios, ni rectificar adecuadamente la de sus relativas descompensaciones y saber cuándo y cómo se rectifican unas y otros.

Faltó pragmatismo y sobró altanería ¿hay mayor ensoberbecimiento? Pues eso. Y nunca podré olvidar los desfiles de la Victoria descendiendo pausada y rítmicamente con el contoneo de los de Armani o Versace, por las escaleras monumentales, como si nunca terminaran de aplastar a sus enemigos,  como si fueran los enemigos de Roma, ¡Oh Sevilla de nuestros pecados!