Objetivamente, el 10 de noviembre empeoró la situación del Partido Socialista, y el responsable principal de ese agravamiento no fue tanto el propio Partido Socialista como su líder Pedro Sánchez. Ambos hechos no se pueden cambiar, pero sí modificar el recuerdo que la gente tiene de ellos enmendando con una cura de humildad el pecado de soberbia cometido tras el 28 de abril.

La cura, sin anestesia de hecho, comenzó apenas doce horas después de conocerse el resultado electoral y se hizo efectiva un día y medio más tarde: acuerdo exprés con Pablo Iglesias.

Pocas veces un líder se habrá desmentido más velozmente a sí mismo, pero, exceptuando a González, Ibarra y Page, pocas veces también habrá encontrado tanta indulgencia entre los suyos, conscientes de que si la legislatura embarranca, el buque socialista al completo, y no solo su intrépido capitán, puede irse a pique.

Al fondo, las derechas

La sobreactuada reacción del Partido Popular, a cuyos primeros ensayos hemos asistido esta semana, era previsible, aunque esta vez los excesos retóricos y políticos de Pablo Casado conllevan muchos más riesgos para el PP y para el país que los perpetrados por José María Aznar en la legislatura del 93, dictados por el rencor, o los de Mariano Rajoy en la de 2004, dictados por la vacilación, cuando no por cobardía.

Si el todavía treintañero Casado mide mal su actuación, no llegará a los 40 como líder del primer partido de la derecha: tanto es el peligro para líder y partido de ser devorados por el león hambriento de Vox.

Y lo mismo cabe decir, pero con mayor severidad, de Ciudadanos, ciegamente amarrado al mástil de un ‘no es no’ que ya le ha costado 47 diputados y puede acabar costándole los 10 que le quedan. ¿Acaso no ven que su rechazo contumaz a la única opción verosímil de gobernabilidad del país es una soga al cuello que se están poniendo a sí mismos? ¿Cómo es posible que entiendan tan poco de política siendo la política su profesión?

Enfrente, Cataluña

Lo bueno de esta legislatura es que por fin habrá que hablar de Cataluña con Cataluña: más exactamente, habrá que hablar de la Cataluña posible con los portavoces de la Cataluña imposible.

Lo malo, si Ciudadanos no lo remedia, es que la estabilidad del Gobierno de España dependerá de aquellos cuya supervivencia local se nutre de la inestabilidad nacional. Es bueno, y necesario, que el Gobierno de España hable con la Generalitat, pero es malo que ese diálogo sea fruto de la necesidad y no de la virtud. 

Esta es la hora de Pedro. No del PSOE, porque hoy por hoy y resumiendo mucho el PSOE es Pedro. Ni siquiera la hora de Sánchez, porque su vulgar apellido define al presidente mucho menos que su nombre de pila: Sánchez hay muchos, pero Pedro solo hay uno.

El secretario general socialista ha demostrado ser poco firme en sus convicciones, pero muy constante en sus determinaciones. Necesitará más que nunca el sentido de la oportunidad que le llevó la primera vez a Ferraz y el instinto de supervivencia gracias al cual llegó la segunda. La cautela, quizá doblez, que hizo posible su primer mandato se transfiguró asombrosamente en audacia para lograr el segundo.

En esta hora difícil va a necesitar ambas, pues, más allá de los burdos excesos de la derecha, hay una buena parte, tal vez la mitad, de quienes votaron PSOE el domingo pasado que recelan ‘del Coleta’, del mismo modo, por cierto, que hay una buena parte de los electores de Unidas Podemos que desconfían ‘del Guapo’.

Preguntas, respuestas, virtudes

¿Convencerán Sánchez e Iglesias a ERC de que apoye la investidura sin dinamitar el frágil perímetro de la constitucionalidad? ¿Podrá ERC hacer tal cosa? ¿Querrá hacerla? ¿Sabrán entre los tres apaciguar Cataluña? ¿Les dejarán hacerlo las derechas españolistas por un lado y separatistas por otro? ¿Reconsiderará Ciudadanos su obtuso ‘no es no’? ¿Levantará Casado el pie del acelerador nacional? ¿Será Iglesias leal a Sánchez? ¿Será Sánchez leal a Iglesias? ¿Sabrán hacer de la necesidad virtud? ¿Tendrán dinero para hacer cosas? ¿Harán cosas para tener dinero? ¿Lograrán mejorar los sueldos o contener los alquileres para que los jóvenes puedan creer de nuevo en la política? ¿Aguantará el país el test de estrés al que se verá sometido?

Para contestar a estas y a muchas otras preguntas van a necesitar los líderes ibéricos grandes dosis de franqueza y doblez, de paciencia y determinación, de generosidad y maquiavelismo, de transparencia y discreción. Y sobre todo, van a necesitar mucha, muchísima paciencia. Tras seis meses perdidos, la consigna ‘deprisa deprisa’ es conveniente para formar Gobierno, pero sería letal para gobernar.

Azuzados sus protagonistas por el insufrible ruido proveniente de ese décimo círculo del Infierno que son las redes digitales, el gran pecado de la política de nuestro tiempo tal vez sea la impaciencia. ¡Guárdense bien Pedro y Pablo de cometerlo!