Se cruzan apuestas en los mentideros políticos andaluces sobre si Susana Díaz saldrá viva o saldrá muerta tras la ofensiva orgánica que Pedro Sánchez podría lanzar contra ella una vez concluido el largo ciclo electoral que tiene su última cita el próximo domingo.

Se cruzan apuestas, sí, pero son mayoría quienes opinan que el futuro de Díaz quedó doblemente sellado entre el 2 de diciembre, cuando perdió la Junta de Andalucía, y el 28 de abril, cuando Sánchez ganó la Moncloa.

Socialistas veteranos y observadores con trienios están convencidos de que los días de Susana están contados porque ha perdido todas sus apuestas en la misma medida en que Pedro las ha ganado.

Los afines a Díaz se apresuran a replicar que esos mismos veteranos con tantos trienios a sus espaldas son los mismos que hace tres –e incluso dos– años mataban a Sánchez y auguraban la segura victoria en las primarias de la entonces presidenta de la Junta.

La eternidad ya no es lo que era

Ciertamente, el futuro no está escrito. “En política, seis meses son ahora una eternidad”, susurran los próximos a Díaz. Les basta recordar que a principios de este mismo año, nadie en el partido daba un duro electoral por Pedro, cuando alcaldes y presidentes autonómicos no querían ni oír hablar de que el 26 de mayo se convirtiera en un ‘superdomingo’ que concentrara municipales, autonómicas, europeas y legislativas. Todos huían de Sánchez como de la peste: estaba quemado.

Cuatro meses después, no hay ni uno solo de aquellos líderes locales y regionales que no hubiera querido hacer lo que hizo el valenciano Ximo Puig de encadenar su destino electoral al de Pedro Sánchez.

Ciertamente, en muy poco tiempo ha habido un cambio radical en las expectativas sobre Sánchez, pero ese cambio se no se ha producido solo. Pedro y los suyos lo han buscado con ahínco.

Queremos tanto a Díaz

Eso mismo está intentando ahora Susana Díaz: dar la vuelta a las malas expectativas que pesan sobre ella. ¿Cómo? Reforzando su liderazgo interno entre los socialistas andaluces, muchos de los cuales han dejado de mirarla como lo hacían hace solo seis meses, cuando la posibilidad de perder la Junta de Andalucía era del todo inverosímil.

Si Ferraz quiere que Díaz arroje la toalla, antes tendrá que conseguir que dirigentes locales y militantes de a pie dejen de quererla. Perdida la Junta de Andalucía aquel aciago 2 de diciembre que tanto se pareció a la fábula de la liebre y la tortuga, la expresidenta está dedicando ahora todas sus energías a que los socialistas andaluces no dejen de quererla.

Deprisa, deprisa

La intensidad con que la secretaria general que está desarrollando la campaña de las municipales y europeas del 26 no es, obviamente, nueva en ella. Siempre se volcó en las campañas, pero esta vez parece haberle imprimido un punto de aceleración desconocido, multiplicando su presencia en esa Andalucía rural donde el PSOE andaluz mantiene casi intacto su poder y cuyos modestos candidatos nunca olvidan a quien se acuerda de ellos.

El Valle de los Pedroches, Villanueva del Trabuco, Villanueva del Rosario, Alameda, Gilena, Valverde del Camino, Tharsis, Paymogo, Jódar, Alcaudete, Fuensanta de Martos… En todos estos pueblos ha estado Díaz en la última semana haciendo campaña, sin desatender por ello el Parlamento, donde hubo sesión de control al presidente.

Para el PSOE andaluz y para su secretaria general es crucial mantener y aun aumentar el poder local amarrado hace cuatro años: esa será su mejor trinchera para protegerse del fuego amigo que se espera que llegue de Ferraz una vez pasado el verano.

Mientras tanto, Ferraz puede que sepa muy bien qué quiere hacer en relación a Díaz, pero no tenga claro cómo conseguir su objetivo teniendo en cuenta que de la Susana Díaz incansable que se está recorriendo Andalucía de punta a punta no cabe esperar una rendición. Y si no hay rendición inmediata, eso significa que el sitio de San Vicente será largo, para lo cual el comandante en jefe de Ferraz precisará mucha paciencia y reunir unos efectivos que hoy por hoy todavía no tiene.

La paz y la victoria

Por lo demás, en su previsible ofensiva contra Díaz, Sánchez puede toparse con el inesperado escollo insinuado días atrás por Felipe González, cuando instó a la dirección federal a “una reflexión” para “volver a integrar el talento” de personas del partido hoy apartadas.

González aludía exclusivamente a los leales a Rubalcaba marginados por Sánchez, pero la idea de sustituir de una vez por todas la lógica de la victoria por una lógica de la paz y la dinámica de la venganza por una dinámica de la piedad podría ir tomando cuerpo en un partido cansado de guerras civiles y donde el liderazgo del vencedor es del todo indiscutible y ha dejado de estar en riesgo. Tras el 28-A, todo el PSOE es pedrista: a su pesar, hasta la mismísima Díaz acabaría siéndolo si saliera viva de ésta.

Ciertamente, la opción azañista que podríamos denominar ‘paz, piedad, perdón’ es muy candorosa y, por tanto, muy improbable en política, pero una Susana Díaz blindada orgánicamente en su territorio haría preguntarse a Sánchez y los suyos si valía la pena reanudar unas hostilidades dictadas más por el deseo personal del líder de darse un gusto al cuerpo que por la necesidad política de tomar una ciudadela que el 2 de diciembre de 2018 dejó de ser un peligro y el 28 de abril selló su rendición.