El de España y todos los gobiernos autonómicos viene tomando desde hace meses medidas más o menos severas o acertadas para reducir los contagios del coronavirus, pero es evidente que han fracasado. Los positivos se disparan hasta cifras estratosféricas y la economía no acaba de reanimarse.

Probablemente lo están haciendo mal, aunque también es cierto que no saben cómo hacerlo bien. Ni ellos ni los propios científicos. Las cosas funcionaron razonablemente bien con las estrictas –y ruinosas– prohibiciones decretadas durante el estado de alarma: entonces, los políticos elogiaron desmedida y untuosamente a los ciudadanos, pero hay que preguntarse dónde está el mérito de no moverte de casa o no viajar cuando todo está cerrado y sabes que pueden multarte porque las calles y las carreteras están vacías y tu presencia en ellas es fácilmente detectable.

Los contagios desbocados parecen más bien culpa de los ciudadanos que incumplen recomendaciones tan nimias como lavarse las manos, ponerse la mascarilla y no reunirse sin protección con personas que no vivan con uno. Los denostados políticos llevan meses pidiéndonos eso.

En realidad, esos son los sacrificios nos están pidiendo, esos y solo esos, aunque se echa de menos alguna que otra enérgica campaña institucional como aquellas escalofriantes que Tráfico hacía en el pasado para hacernos sentir culpables de las muertes en la carretera. Tampoco habría estado mal alguna campaña de promoción de la aplicación Radar Covid, que no se instala ni dios en su móvil.

Si los contagios se han multiplicado ¿no será porque no les hacemos ni puto caso, en vez de porque los políticos son torpes, cobardes, cortoplacistas y demás?