Herodoto y el virus.- El historiador viaja para derribar los mitos de civilización y barbarie (Irene Vallejo, ni canta ni baila, no se la pierdan). La conclusión es de hace treinta siglos: somos iguales en estar dispuestos a considerarnos superiores a los demás; las comunidades  tienen en común aquello que inevitablemente les enfrenta: la tendencia a creerse mejores que las otras. Los independentistas catalanes pensaron que el virus respetaría su sueño identitario. Los ricos nacionalistas españoles colgaron banderas y crespones negros para señalar a los culpables e indicar de paso el camino al ángel exterminador. El virus de la culpa siempre ha estado en los otros. La vacuna es el viaje (Santos Juliá explicó cómo “aquella moral de sacristía española” se vino abajo estrepitosamente cuando salimos de los muros de la autarquía). El virus ha desnudado las mentiras protectoras de la propaganda nacionalista. Mi altocargo se pone solemne: ahora vas y se lo cascas a Casado. O a Puigdemont.

Ayuso y el cosmopaletismo.- Se sorprendía Francino, en su bonhomía, de la visión madrileña del país España  que viene a decir: lo que no pasa en Madrid, no existe. Los periodistas se asoman a las ventanas de sus redacciones madrileñas para contar el tiempo en Santiago de Compostela. Tuve largos años  entre Pozuelo y la estación de Atocha  y puedo jurar con amplio conocimiento de causa que la visión estatal  de todos aquellos líderes televisivos y columnistas y economistas y tertulianos  y poetas y actores y conductores de metro  no pasaba de la Puerta de Alcalá.  El rancio nacionalismo español encuentra su fanática versión en el madrileñismo integrista, dumping fiscal y palos de golf incluidos. Se llama cosmopaletismo y Ayuso (me había jurado no mancharme las teclas nunca con su nombre) es su sacerdotisa.

Charlotte y el Brexit.- Escribe Charlotte Fraser, guiri a jornada partida  entre las playas de Vera y los despachos del barrio de Salamanca, que Thatcher fue la jardinera  que plantó la semilla del delirio de un Reino Unido mejor que sus vecinos europeos. Cuando era pequeña oyó a su madre preguntar a un vecino  qué tal se encontraba su esposa: mi mujer Moreen, le dijo, se ha intentado suicidar de nuevo esta mañana pero por lo demás  todo irá bien (everything will be fine).  El laberinto de aduanas y aranceles sugiere nuevas pesadillas.  Resultó que la libertad era volver a los pasaportes. Todo irá bien. O no.

Illa y el camino.- No hay quien entienda a estos sedicentes populares, amore, me dice mi altocargo con ese tonillo canalla de retranca nazarí, también conocida como malafollá.  Si la gestión socialcomunista de la pandemia está siendo un desastre (menos en Madrid, naturalmente). Si Sánchez es el diabólico autor del personaje Illa; si entrambos suman la culpa de cincuenta mil muertos y los que quedan, cómo es que las derechas se abren las venas y denuncian indignadas  el “aprovechamiento”? de su proyección política.. .Salvo que Illa sea un tipo extrañamente amable y sereno que no sabe del insulto ni la bronca y que a pesar de los muertos pareciera llamativa su manera de producirse en política. Y además, amore,  (aquí la risita es más siniestra) si la jugada sale medio bien y tiene esa pinta conviene maliciarse que Sánchez podría hacer lo mismo con María Jesús Montero. O sea.

Marín y la puerta del PP.- En los finales ochenta el gran Javier Arenas jugaba a elegir partido donde relanzar su joven carrera política. Su flexible perfil ideológico daba para un manojo de puertas. Se acabó decantando por Fraga a pesar de las muchas chanzas con las que se había empleado (Arenas) contra don Manuel en no pocas cenas y secreteos de la época. No puede decirse que se equivocara: ha sido el mejor perdedor electoral de todos los tiempos. Tanto, que la única vez que ganó también perdió. Los ruidosos aldabonazos de Marín a las puertas de Bonilla y Bendodo con sus encendidos ataques a su antiguo socio sociata  de estas horas han provocado un reguero de carcajadas de año nuevo: manca fineza.

Faludy y la felicidad en los infiernos.-   Odiaba los años empaquetados en estadísticas y adjetivos con su correspondiente felicidad publicitaria. Su pusieron de moda los anuarios y a mí me echaban el repaso de los muertos ilustres. Solía liarme entre los muertos de la vida y los muertos del olvido. A veces se me viene Antonio Gala. Faludy es el primer hombre de la historia que abandonó a su amante a los 92. Sufrió persecución por los nazis y por los comunistas, exilios y campos de concentración. A su  celebración del triunfo del espíritu humano sobre la violencia política debemos  “Dias felices en el infierno”, que duerme en todas mis mesitas de noche y en la cumbre de la literatura gulag. Seguro  que resulta tan inapropiado como las risas en los cementerios, pero en muchos momentos del maldecido año 20 hemos derrotado (mi altocargo y yo) al miedo del miedo a los otros y encontrado horas, días y hasta meses de una furtiva y casi culpable felicidad.