- Los recortes se venden como «reformas».
- Las subidas de impuestos se presentan como «ponderaciones fiscales».
- A las privatizaciones las llaman «liberalizaciones».
- Los despidos se consideran «reajustes laborales».
- A la persecución de los sindicatos, «reducir el poder de ciertas instancias negociadoras».
Son los ejemplos más llamativos pero no los únicos. El último constructo lingüístico data del jueves, horas después de acabar el debate de investidura en Andalucía. El titular de Economía, Luis de Guindos, bautizó como «vehículos» a los denominados bancos malos, sociedades que se crean para sanear la cuenta de resultados de las entidades financieras (en el caso español, por la avaricia y la especulación con el ladrillo). Una forma de hablar que sólo representa un disfraz o una cortina de humo para no decir la verdad (¡Qué pronto se le ha olvidado a Mariano Rajoy su solemne compromiso de llamar al “pan, pan y al vino, vino”! Como si los españoles fuéramos tontos. La teoría comunicativa de la aguja hipodérmica es ya una antigualla. Nuestra sociedad está vacunada contra la propaganda… y más si ésta es burda y barata.