Tras el 20D los socialistas quemaron impacientes los barcos de la abstención. Luego hubo nueva travesía y, llegados a la costa del 26J, incendiaron las naves que se habían salvado seis meses antes. No es no y siempre será no.

Al igual que hizo el astuto Ulises cuando se amarró al mástil de su nave para no dejarse seducir por las sirenas, Pedro Sánchez se amarró al mástil del no para salvarse de los cantos de sirena de la abstención. La abstención no es una opción, es una traición. No es no y siempre será no.

La Gestora intenta ahora recomponer las naves incendiadas. Al cambiar aquel no de hace diez meses por esta abstención de ahora, el partido ha perdido la honra pero cree haber conservado los pocos barcos que, aun desarbolados y ennegrecidos por el fuego, todavía pueden ser reparados.

Y ahora, ¿qué? Bueno, ahora el capitán Sánchez se hace de nuevo a la mar en un barco llamado Pedro gobernado por una tripulación en la que todos se llaman Pedro. Como los grandes héroes románticos, está dispuesto a exhalar hasta el último aliento para conquistar el corazón del pueblo militante. Sánchez o Nada. Que es mi barco mi tesoro, que es mi diablo la abstención, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria el no. Pedro el Breve quiere ser Pedro el Grande. ¡Pedro el Cruel!, dicen sus enemigos. ¡Pedro el Justiciero!, claman sus seguidores.

Hoy mismo, mañana a más tardar zarpará el capitán Pedro en busca de su destino. ¡Salid de vuestra madriguera, viles cobardes, a pelear conmigo en mar abierto! Pero frente a él se despliega un horizonte vacío. Lepanto no está la vista, Trafalgar no aparece, Salamina se esconde. El enemigo, todavía sin capitán, no tiene prisa en comparecer, prefiere esperar su momento como Kutúzov esperó el suyo ante impaciencia de Napoleón.

Ya no es posible la paz. Una vez más, el Partido Socialista se apresta para la gran batalla contra sí mismo. El combate será encarnizado. El mar se teñirá de rojo. No habrá perdón para el vencido. Solo puede quedar uno. O una.