Si el PP de 2008 no ha cambiado con respecto al PP de 2021, y nada indica que lo haya hecho, quien entonces ha cambiado ha sido Mario Vargas Llosa, que confesaba este jueves en Sevilla que votará al Partido Popular. En el pasado, dijo, votó a Ciudadanos, pero al estar “este partido liberal” en trance desaparecer, su opción ahora es la derecha.

Ya en 2008 Vargas Llosa dijo públicamente que se distanciaba del PP para acercarse al partido UPyD, que lideraba Rosa Díez. Lo hizo, dijo entonces, porque el PP de Mariano Rajoy mantenía posiciones “reticentes con el laicismo o la homosexualidad”. ¿Acaso esos tics inequívocamente antiliberales que, en opinión de Vargas Llosa, tenía Mariano Rajoy no los tiene Pablo Casado, a quien todos los observadores sitúan más a la derecha que Rajoy?

El escritor, que ayer fue la estrella de la sesión programada en Sevilla dentro de la interminable Convención del PP, también dijo esto: “Los países tienen hoy al alcance la libertad, aunque algunos no quieren, como en América Latina, hoy en una situación porque los latinoamericanos han elegido mal. Lo importante es votar bien: los países que votan mal lo pagan caro. Es muy importante que quienes votan voten bien, y no es fácil”.

El populismo va por barrios

Se diría que Vargas Llosa ha abandonado el liberalismo tolerante y compasivo de la estirpe de John Locke o Stuart Mill para pasarse a ese avinagrado liberalismo a la española del que presume José María Aznar como si lo hubiera inventado él y en el que se encuadran a sí mismos nombres señeros de la intelectualidad ibérica como Federico Jiménez Losantos o Fernando Sánchez Dragó.

Vargas Llosa fue muy severo, y con razón, con el populismo, pero no con todo el populismo sino solo con el de izquierdas. En un acto organizado por el PP y con un público que horas antes había jaleado las zafias burlas de Aznar a los políticos indígenas de América, el autor de 'La ciudad y los perros' se extendió sobre las prácticas autoritarias de Nicolás Maduro o Daniel Ortega pero se cuidó mucho de mencionar las del brasileño Bolsonaro, el salvadoreño Bukele o el húngaro Orbán.

No podía, claro está, mencionar Vargas Llosa la soga en casa del ahorcado, consciente como era de que su público simpatizaba con el populismo derechista y abrazaría sin quejas ni melindres una alianza de su líder Pablo Casado con el jefe de la extrema derecha Santiago Abascal.

Vargas Llosa hizo ayer en Sevilla el lúgubre papel de intelectual orgánico, como si antes de entrar en la suntuosa sede del palacete Villa Luisa (por cierto, ¿cuánto le ha costado a Génova su Convención?) se hubiera desprendido de la túnica inmaculadamente liberal para ponerse el mono de trabajo de fontanero intelectual del PP.

Qué lejos este ciudadano Vargas Llosa tan convencionalmente conservador del portentoso creador de ‘Conversación en la catedral’, ‘La Casa Verde’ e incluso ‘La fiesta del chivo’, la última gran novela salida de su pluma. Pero qué lejos también del Vargas Llosa ciudadano comprometido y político veraz que nos hizo soñar con que tal vez algún día la derecha española se parecería a él. Ha sido al revés: es él quien ha acabado pareciéndose a la derecha española.

Un lector apócrifo

Presentó, por cierto, a Mario Vargas Llosa el presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla, que lo definió como “un fiel defensor de las libertades” y elogió sus artículos políticos y su talento literario, aunque, al no citar ninguna de sus grandes novelas, quienes son o han sido lectores de ellas supusieron, seguramente con razón, que Moreno no debe ser de los que ha dilapidado su valioso tiempo quemándose las pestañas en desentrañar los laberintos verbales de ‘La casa verde’. Cuando alguien no es lector de alguien pero simula serlo, los lectores verdaderos lo notan.

En su presentación hizo también Moreno su particular defensa de la libertad y de los peligros a que está sometida. Pero, como sucedió con la defensa de la democracia que hizo poco después Vargas Llosa, el canto a la libertad de Moreno también fue sospechosamente parcial.

El presidente andaluz mencionó cómo el terrorismo de ETA había amenazado la libertad de los españoles en plena democracia, pero no dijo ni una palabra de la dictadura franquista que durante 40 años no amenazó sino que proscribió la libertad en todo el país y encarceló a sus defensores. Se ve que no solo el populismo va por barrios: la libertad, también.