El rey Juan Carlos ha muerto, ¿viva el rey Felipe? Juan Carlos se ha matado a sí mismo con el puñal de la codicia, ¿pero ha matado también a su hijo, que es como preguntar si ha matado también la monarquía? Ambos saben hoy algo que al menos el primero no sabía hasta hace muy poco (y buenos motivos, por cierto, que tenía para no saberlo): que en estos tiempos la conducta impropia de los reyes es corrosiva y puede ser letal para la corona.

Hay pocas dudas de la escandalosa ausencia de ejemplaridad en la conducta –veremos si también delictiva– de Juan Carlos, pero está por demostrar si su hijo Felipe conoció, disculpó, consintió, toleró o encubrió –o incluso pretendió beneficiarse de– las mordidas millonarias del rey emérito y su ocultación en fundaciones escondidas en paraísos fiscales.

La jura de Santa Gadea

La Casa Real está obligada a despejar cualquier duda al respecto: tanto por razones éticas, que también, como por razones de mera supervivencia de la propia Casa.

Si, según el romancero, el rey Alfonso fue obligado por El Cid a jurar en Santa Gadea que nada había tenido que ver con la muerte de su hermano Sancho y si el presidente Felipe González fue apremiado por Iñaki Gabilondo en Televisión Española a jurar que nada había tenido que ver con la creación de los GAL, a todos nos tranquilizaría mucho que el rey Felipe VI los imitara a ambos con un juramento de pareja solemnidad:

'Villanos te boten, Rey/, villanos que no hidalgos,/ si no dices la verdad,/ de esto que eres preguntado:/ si conociste o toleraste/ en la herencia de Juan Carlos'.

No convencería Felipe VI a los republicanos, al parecer cada vez más numerosos, pero mitigaría la inquietud de unos monárquicos que, ciertamente, son mayoría pero lo son solo de paso y en apariencia, pues su identificación con la corona es puramente accidentalista, en el sentido de que lo que consideran relevante no es tanto la forma monárquica del Estado como que este sea una democracia plena, ejemplar y equiparable a las mejores del mundo.

Monárquicos dentro de un orden

No es probable que saliera mucha gente a la calle en defensa de la monarquía. En España no hay monárquicos en el mismo sentido que hay derechistas, socialistas o independentistas. La gente es todavía mayoritariamente monárquica, pero dentro de un orden.

En el 78 aceptamos monarquía como animal de compañía, pero nada más: era la condición para que la partida no se interrumpiera. Ahora bien, si la mascota muerde, roba, ensucia o estorba, el país no dudará en darle puerta.

Se equivocan quienes aseguran que la corona es la piedra angular del Estado, la lucecita que nos guía en las tinieblas. Y se equivocan quienes, en paralelo, conjeturan que la corona es la Gran Cadena con la que el España mantiene aherrojados sus territorios. El país no puede prescindir sin gravísimo quebranto de sus partidos o de sus tribunales, pero sí de su rey.

¿Es verosímil que Juan Carlos hiciera a Felipe beneficiario de su fortuna oculta sin saberlo este? ¿Lo es que Felipe aceptara un legado que, de conocerse, es seguro que acabaría para siempre con el reinado de la Casa de Borbón?

A poco que Felipe entienda de política y sepa de verdad cómo y cuánto de monárquicos son los españoles, cabe suponer que desconocía los manejos de su padre; es una posibilidad. La que le es más favorable. Otra es que se impusiera en él el gen de los Borbones, dejándose, como su padre, infectar con el virus de la codicia que ha arruinado a tantos millonarios, Mario Conde, Rodrigo Rato…

La prueba de fuego

La prueba de fuego, la piedra de toque para saber si somos esa democracia que Juan Carlos contribuyó a fundar será el banquillo: el rey emérito habrá hecho su trabajo de rey democrático todo lo bien que la gente cree que lo hizo si el Estado es capaz de juzgarlo por los delitos políticos y fiscales que haya podido cometer.

A la postre inesperada fábrica de republicanos, Juan Carlos ha sido casi casi el primer Borbón de la historia de España en jugar limpio con su pueblo en términos políticos. No así, claro está, en términos personales; de hecho, si su trayectoria política en nada se ha parecido a la de sus antepasados Alfonso XIII, Isabel II o Fernando VIII, su conducta personal ha estado más cerca de la de todos ellos que de la que cabía esperar de un ‘rey del pueblo’.

Por fortuna para él, la crisis pavorosa del coronavirus ha atenuado el impacto y la vergüenza que nos han causado las noticias sobre sus andanzas e industrias. Buen estadista hasta que el dinero lo transfiguró en otra cosa, Juan Carlos era hasta ayer Juan Carlos y hoy es solo ‘el Borbón’.

Hasta ayer le teníamos respeto y hoy hemos dejado de tenérselo. La consideración de antaño se ha trocado hoy en cólera, en desdén, en desengaño; quién sabe si mañana no en piedad.