Si Rafael Sánchez Ferlosio hubiera podido escuchar el sentido discurso que pronunció ayer en el teatro de la Maestranza Sevilla el popular escritor costumbrista Antonio Burgos, es seguro que se habría revuelto en su tumba.

En realidad, el flamante Hijo Predilecto de Andalucía no pronunció propiamente un discurso, sino que más bien largó un pregón que, aun prescindiendo de los octosílabos semanasanteros de rigor, logró levantar al respetable de sus asientos, aunque el autor de ‘El Jarama’ no habría dudado en catalogar la alocución como la enésima y cansina variación de lo que él denominaba sin piedad “el pestilente narcisismo andaluz”.

Nuevos aires

El pregón del veterano articulista del ABC de Sevilla dio la medida de los nuevos aires que recorren el entramado institucional andaluz con la llegada al poder de las derechas: la derecha del PP, la derechita de Ciudadanos y la derechona de Vox, las dos primeras en el Gobierno y la tercera marcándoles el paso desde el Parlamento. Marcándoselo lo bastante como para que no se olviden de que gobiernan gracias a ella, pero no tanto como para meter verdadero miedo al electorado de izquierdas cuya movilización en las urnas las desalojaría del poder.

El discurso de Burgos dio la medida de los nuevos aires porque bebía hasta jartarse de las fuentes de un andalucismo inocuo y pinturero, un andalucismo transido de estética castiza para el que, en realidad, la verdadera y única Nación es España, una España donde Madrid pone el poder y Andalucía pone los geranios, los poetas y el albero.

Las dos velas

Cuentan quienes aseguran haberlo visto con sus propios ojos que, hace ya algunos años, en cierto sarao literario celebrado en Sevilla Antonio Burgos tuvo un enganche con el escritor Aquilino Duque porque este le afeó al primero su, digamos, eclecticismo ideológico espetándole sin avisar: “Antonio, ya veo que le pones una vela a Dios y otra al diablo”.

Precisamente de velas contrarias estuvo iluminado el pregón de Burgos, que metió en el mismo saco a poetas y a rejoneadores, a republicanos y fascistas, a los hermanos Machado y a los hermanos Peralta, a Cernuda y a los Quintero, todo ello bien adobado con alusiones al vino, al aceite, a la Caleta, a los emperadores sevillanos que engrandecieron a Roma…

No faltó, incluso, una referencia a las masivas manifestaciones del 4 de diciembre del 77, aunque en esta ocasión se echó de menos la vela en memoria del asesinado Manuel José García Caparrós.

El discurso del ‘como si’

Si la Andalucía ingeniosa pero superficial tuvo, como viene teniendo desde hace años, en Burgos a su más genuino portavoz, la Andalucía conservadora que tan feo papel desempeñó en el pasado pero que hoy tiene un ojo puesto en futuro tuvo en el presidente Juanma Moreno un heraldo más que aseado.

Siguiendo la estela ambivalente que el purista Aquilino le reprochaba a Burgos, Moreno no cesó de poner velas a Dios y al diablo en un discurso políticamente bien trabado, aunque algo ventajista en materia histórica pues elogió sin empacho el referéndum del 28 de febrero de 1980, como si las derechas andaluzas a las que el presidente representa no hubieran jugado todo lo sucio que entonces podía jugarse para que aquella legendaria jornada fuera un fracaso.

Como Baviera (como mínimo)

El presidente de la Junta se postuló como emisario del "andalucismo moderno y constitucional del siglo XXI" y defensor de ese igualitarismo que las derechas tanto propugnan para los territorios de España, pero tan poco para los españoles que viven en ellos.

Con un discurso fuertemente preventivo ante los supuestos privilegios que el Gobierno de Pedro Sánchez pretende otorgar al “nacionalismo disolvente”, Moreno habló en realidad más de Cataluña que propiamente en Andalucía, y lo hizo casi siempre con un vocabulario templado y sin estridencias, aunque alguna que otra vez se viniera arriba e incluso demasiado arriba, como cuando dijo que Andalucía está perfectamente en condiciones de medirse con Madrid, Cataluña o Baviera. Ejem.

Un puñado de fieles

Desaparecidos ayer los socialistas, sumidos seguramente en la melancolía por tratarse de una jornada en la que durante décadas únicamente habían brillado sus siglas, el contrapunto a tanto jabón como el respirado en el teatro de la Maestranza lo ponían en la calle las Marchas por la Dignidad, cuya convocatoria reivindicativa reunió a varios miles de personas y contó con el respaldo explícito de Podemos e Izquierda Unida.

Vox también lo intentó, pero apenas reunió a un puñado de fieles, a quienes sus líderes les leyeron un extravagante manifiesto contra el mismo Estado de las autonomías bajo el que han encontrado cobijo institucional y presupuestario: también los ultras le ponen, como diría Aquilino Duque, una vela a dios y otra al diablo.

Más o menos a la misma hora en que la ultraderecha alertaba contra “los postulados del consenso progre” y rebajaba la criminalidad machista contra las mujeres a mera violencia intrafamiliar, en el teatro de la Maestranza recogía la Medalla de Andalucía a los Valores Humanos la superviviente de la violencia de género Ana Bella Estévez.

Como alguna vez entre Vox en la Junta, y en 2022 lo hará si -una vez consumada la absorción de Ciudadanos- el PP lo necesita para gobernar, medallas como la recogida por Ana Bella no volverán a concederse.

¡A tomar la calle!

Mientras, Izquierda Unida y Podemos, Toni Valero y Teresa Rodríguez iban de la mano en las calles para reivindicar “pan, trabajo, techo y libertad” en la manifestación convocada por la plataforma Caminando/Marchas de la Dignidad.

Las izquierdas no socialistas se sienten más cómodas en la calle que en las instituciones: todo lo contrario, por cierto, que los socialistas, a quienes, aunque ganada en buena lid en las urnas, pisar tanta moqueta durante tantos años parece haberles atrofiado un poco la querencia de las calles y enturbiado la mirada hacia los de abajo.

Tenía razón Rodríguez al recordar que la plena autonomía andaluza fue posible merced a la intensa movilización popular de finales de los 70 que culminó en el referéndum de 1980.

Los líderes de Adelante Andalucía sueñan con resucitar hoy la épica callejera de 40 años atrás, pero cuando miran tras de sí constatan su soledad: las calles antaño repletas están hoy más bien vacías, unos pocos miles de manifestantes las recorren de vez en cuando, sí, pero, a la postre, permanecen dolorosamente vacías. El 'andalucismo moderno y constitucional del siglo XXI' ha tomado buena nota de ello.