Los socialistas andaluces han hecho en 2021 una transición no solo pacífica sino casi modélica. Los negros augurios según los cuales que los fieles de Susana Díaz se harían fuertes en sus feudos y morirían matando no se han cumplido. Juan Espadas venció con holgura en las primarias celebradas en verano y Díaz perdió con honor aceptando de buen grado una derrota que muchos daban por cantada porque Ferraz apoyaba al alcalde de Sevilla y porque la militancia había quedado exhausta tras cuatro largos años de guerra civil. En cierto modo, Susana era el viejo rostro de la guerra y Juan era el nuevo rostro de la paz.

Las primarias de 2021 fueron un adiós a las armas tras el que Espadas quiso traer al partido la paz. La paz, no la victoria. Sabía que lo urgente era recuperar la unidad y la fraternidad, cuyo deterioro propició la expulsión de San Telmo. Espadas ha demostrado ser un buen alcalde de Sevilla; ahora debe demostrar que es un buen secretario general: no le será fácil porque el de líder es un comprometido oficio donde, como en el fútbol, solo cabe ganar sí o sí.

El PSOE andaluz es ahora un partido unido, pero todavía convaleciente: hoy por hoy no parece que se sienta con fuerzas suficientes para recuperar el poder perdido. Las encuestas le son adversas y el estado de ánimo también. El macroproceso judicial y las severísimas condenas por el interminable caso ERE han socavado la confianza del PSOE en sí mismo y alzado un espeso velo de niebla que está ocultando a la vista del público la gran tarea de transformación y modernización de Andalucía llevada a cabo por los socialistas durante más de tres décadas.

Mientras que el presidente Juan Manuel Moreno podrá acudir a la batalla electoral libre de peso y exento de lastre, Jun Espadas se verá obligado a bregar contra sus enemigos cargando a sus espaldas la mochila del pasado. Conquistó en buena lid el cetro de la Secretaría General, pero el paquete del liderazgo incluía también el peso muerto de las equivocaciones, adversidades y descuidos de sus antecesores en el cargo.

Cabe recordar que el calvario político-judicial está muy lejos de haber concluido. El Tribunal Supremo deberá aún decir la última palabra sobre la pieza política tan severísimamente sentenciada por la Audiencia de Sevilla; la pieza separada por las sobrecomisiones a despachos e intermediarios por un total de 66 millones de euros seguramente llegue al banquillo en 2022; el vergonzante comportamiento del exdirector de la FAFFE y excliente de los puticlubs de Sevilla Manuel Villén también espera su turno en los juzgados…

Con ese horizonte ante él y un PP al alza merced al hundimiento de Cs, a Espadas va a resultarle complicado lograr un resultado que, aun no siendo ganador, sea lo bastante contundente como para mantener vivas las esperanzas de una victoria en el segundo intento, allá por 2026. Complicado porque la trayectoria de Juan Manuel Moreno se parece mucho más a la del José Luis Rodríguez Zapatero de 2004/2008 en España que a las de Dolores de Cospedal o José Antonio Monago de 2011/2015 en Castilla-La Mancha y Extremadura: el primero logró asentarse en el poder aunque luego la crisis financiera se lo llevara por delante, mientras que el mandato de los dos segundos fue flor de un día.

Por lo demás, a Espadas no le ayudan las alianzas parlamentarias de Pedro Sánchez en el Gobierno de España. El PP de Moreno y Bendodo lo sabe y repite machaconamente el mantra de un PSOE en manos de ‘separatistas y amigos de los terroristas’. En el sur genuinamente constitucionalista y españolista puede hacer mella electoral esa circunstancia parlamentaria que a nivel nacional viene dando alas a la extrema derecha.

Hoy por hoy se diría que los astros están alineados en contra de Espadas, pero conviene recordar que también lo estaban en diciembre de 2018 contra Moreno Bonilla y ahí está, autoproclamado Príncipe de la Concordia, Rey de la Economía y Emperador del Cambio. Cristo necesitó tres días para resucitar mientras que a Moreno le bastó con uno. Quién dijo que el tiempo de los milagros era cosa del pasado.