Una de las enseñanzas políticas que nos ha dejado este amargo 2021 a punto de concluir es que la estabilidad de la legislatura andaluza se decidía en Madrid. No sucedía algo así desde aquellos lejanos ochenta en que el todopoderoso Alfonso Guerra liquidaba sin pestañear a presidentes de la Junta como Rafael Escuredo o José Rodríguez de la Borbolla.

Cuarenta años después, el primer Gobierno autonómico conservador camina a la pata coja después de haber perdido en el camino uno de los tres pies que lo sostenían. Integrado por PP y Cs con el apoyo parlamentario de Vox, el Ejecutivo presidido desde enero de 2019 por Juan Manuel Moreno Bonilla ha disfrutado de estabilidad hasta que el jefe nacional de Vox, Santiago Abascal, ha mandado parar.

En esto, como en tantas cosas, Vox no es como los demás partidos, cuyas direcciones andaluzas siempre intentan negar, disimular o neutralizar las presiones de sus direcciones nacionales. En Vox más bien presumen de ellas: quien manda es Madrid y los demás obedecen.

Quien con más candor así lo admitía era el propio portavoz parlamentario, Manuel Gavira, cuando hace dos semanas era preguntado por las tensiones internas dentro de Vox para decidir quién encabezará la lista electoral: “Este partido es un partido disciplinado y aceptamos las decisiones que tome el Comité Ejecutivo Nacional. Somos soldados y haremos lo que nos manden”. Una afirmación así es impensable en cualquier otro político de cualquier otro partido con implantación en Andalucía.

Aunque la ruptura de Vox con el Gobierno de Juan Manuel Moreno no se hizo efectiva hasta la votación en noviembre pasado del presupuesto de 2022, Santiago Abascal comenzó a marcar distancias ya en la primavera pasada. “Que no cuenten con nosotros para seguir repartiendo menas”, dijo el 19 de mayo en Córdoba el líder ultra refiriéndose al Gobierno andaluz por haber acogido a 13 menores inmigrantes llegados irregularmente a Ceuta con la connivencia de Rabat.

A partir de ese momento nada fue igual en Andalucía, donde el soldado Manuel ejecutaba sin pestañear las órdenes del comandante Santiago. En realidad, la espantada venía cocinándose desde antes incluso de mayo. Con anterioridad, observadores nacionales habían detectado movimientos significativos en el entorno de Abascal. En una fecha tan temprana como marzo de 2021, la corresponsal política del digital Nius Susana Camacho avanzaba que Vox intentaría darle la puntilla al PP forzando el adelanto electoral en Andalucía, donde se proponía situar como cabeza de cartel a Macarena Olona.

Aunque Olona aún no ha sido designada, el pronóstico ha venido cumpliéndose: Vox ha apostado fuerte por la convocatoria anticipada de elecciones, si bien hasta ahora no ha logrado su objetivo. Moreno ha decidido resistir tanto al órdago de Vox como a la presión de la dirección nacional de su partido, donde un temeroso Pablo Casado se siente amenazado por Isabel Díaz Ayuso y querría que Andalucía siguiera los pasos de Castilla y León y adelantara las urnas; dos victorias encadenadas fuera de Madrid rebajarían los humos narcisistas de Ayuso para instalar en la opinión conservadora la idea de que la arrolladora victoria de Madrid fue mérito no de la presidenta sino de las siglas PP.

La legislatura andaluza ha entrado, ciertamente, en modo electoral, pero Moreno se está pensando cuál puede ser el mejor momento de apretar el botón nuclear. Por ahora, su atención está puesta en Alfonso Fernández Mañueco, el obsequioso presidente de Castilla y León que, en sintonía con Génova, ha adelantado las elecciones al 13 de febrero en una jugada táctica no exenta de riesgo, dado que disfrutaba de una legislatura aceptablemente estable con Cs.

Si Mañueco no logra la mayoría absoluta que persigue y su investidura queda en manos de Vox, tal resultado será una mala noticia para Moreno, que sueña con ser el Feijóo andaluz: el escenario ideal sería o bien lograr una mayoría absoluta en solitario o bien necesitar únicamente los dos o tres diputados que, en el mejor de los casos, consiguiera salvar Cs.

Las encuestas, sin embargo, dicen otra cosa: presagian que si Moreno quiere ser de nuevo presidente tendrá que meter en su Gobierno a Vox y casi seguro que con la inquietante Macarena Olona sentada en el sillón que hoy ocupa el leal vicepresidente Juan Marín, ayer pieza imprescindible del ‘Gobierno del cambio’ y hoy convidado de piedra en un festín del poder que nunca habría podido celebrarse sin su espléndido mecenazgo.