Este domingo el Tribunal Superior de Justicia de Madrid dio el aval necesario a Isabel Díaz Ayuso para que Madrid viva un 4 de mayo de elecciones anticipadas. Un plebiscito inesperado, que llegó después de que los rumores de moción de censura en Murcia fructificasen con un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos para derrocar al popular Fernando López Miras de la presidencia. Poco duró el protagonismo de la tierra del Mar Menor, el río Segura y las bicicletas de ensaladilla rusa. No solo porque Teodoro García Egea, conocedor del carácter de la ciudadanía en la que se crio, abortara la misión -siempre que los tránsfugas de Vox no devuelvan la posibilidad a la palestra-, sino porque Madrid, necesitada de su foco mediático particular, se dirigió a un panorama redactado por los mejores asesores de la presidenta.

Impertérrita, hizo volar los puentes con Ciudadanos, dejando a Ignacio Aguado frente a la opinión pública como un mísero espectador de su muerte anunciada. El hasta entonces vicepresidente, cesado esa misma tarde de convocatoria electoral, se paseó entonces por los platós de televisión denunciando que le habían mentido, con los ojos propios de quien no tiene argumentos y trata de esquivar el llanto llenando el discurso de infantiles excusas. Porque Aguado lo sabía. Porque todos lo sabíamos. Cerca de dos años de Gobierno con una sola ley, donde cualquier anuncio propio era mandado a paseo minutos más tarde, donde Vox gobernaba más que todas sus consejerías -las que quedaban, después de las dimisiones por la retirada de competencias-.

Más que un líder, fue un títere. Dijo “no” a la moción que sonó por parte del PSOE. Lo dijo aún más airado cuando fue Más Madrid quien lo propuso. Ciudadanos se hizo así su propio harakiri, dejando en bandeja a Miguel Ángel Rodríguez [jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso] su moción particular. Aguado tuvo la oportunidad de acabar con Ayuso y solo su falta de valentía hizo que fuese Ayuso quien sirviera su cabeza en bandeja de plata.

Lo que no esperaba ni el mismísimo Rodríguez, de quien muchos recuerdan cómo convirtió a José María Aznar en presidente del Gobierno promocionándolo desde Castilla y León, era que en su apuesta personal se colara un agente inesperado: Pablo Iglesias. El hasta ahora vicepresidente segundo del Gobierno, sabedor de que su popularidad estaba en retroceso, hacía saltar las alarma este lunes por la mañana moviendo las piezas del tablero a su antojo en una jugada maestra: de un plumazo, Iglesias ha recobrado la esperanza de Unidas Podemos en Madrid (las encuestas pronosticaban la defunción de los morados en la región), ha lanzado un órdago a Íñigo Errejón en forma de propuesta de alianza electoral y ha promocionado a Yolanda Díaz a la carrera por la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales.

La batalla está servida. “Comunismo o libertad”, recita el PP; “ultraderecha o libertad”, contesta el PSOE; “Ayuso o Iglesias”, sentencia Podemos. Porque la simplificación del debate y la creación del enemigo único es uno de los preceptos básicos de la propaganda política. La llegada de Iglesias es bien vista por parte del PP, que confía en que su electorado se movilice como nunca, pero también es aplaudida por la izquierda, que depende en gran parte de volver a ilusionar a los barrios y municipios periféricos y obreros que optaron por quedarse en casa en 2019 ante la imposibilidad de la izquierda de concurrir en una lista unitaria e ilusionante que no solo se centrase en el votante hippyprogre que tendía en el balcón la fotografía del beso de Carmena y Errejón.

Falta por ver si Más Madrid acepta esta vez que el único objetivo es echar a Isabel Díaz Ayuso de la Puerta del Sol. Serán los inscritos quienes decidan si la candidatura es liderada por Pablo Iglesias o Mónica García en unas primarias en las que el vicepresidente del Gobierno, recién aterrizado en la política madrileña, parte en clara ventaja respecto a su rival, una sanitaria convertida en el auténtico acicate de Ayuso ante la pasividad de un Ángel Gabilondo al que la política del zasca-tuitero le viene grande.

Lo único que está claro a mes y medio de la contienda es que Rocío Monasterio tiene razón: será divertido.