En plena y encarnizada batalla con el Partido Socialista por la hegemonía de la izquierda, Podemos está todavía muy lejos de haber consolidado su hoy copiosa cosecha de votos, sobre la que penden amenazas de distinto calibre y naturaleza: grietas orgánicas, vaguedades ideológicas, aporías territoriales, maneras incendiarias y por supuesto… novedades venezolanas, profusamente utilizadas por los otros partidos para desgastar a Podemos ante la indignación de este.

Como un peculiar efecto mariposa pero de naturaleza no climática sino política, cada vez que en la lejana Venezuela el Gobierno de Nicolás Maduro hace una de las suyas al otro lado del Atlántico, Podemos tiene un problema en esta orilla del océano. Cuando hay ruido antidemocrático en Venezuela hay o puede haber merma de voto democrático en Podemos, que no quiere –ni en realidad quiere– marcar distancias con Caracas debido a las implicaciones y simpatías personales y políticas de sus principales dirigentes con la revolución bolivariana de Hugo Chávez.

Un asunto embarazoso

A efectos del análisis de los flancos débiles de cada partido –y solo a efectos de ese análisis en particular-, Venezuela vendría a ser para Podemos lo que la financiación irregular para el PP o los falsos ERE para el PSOE: un asunto del pasado pero no del todo pues sigue proyectando su sombra sobre el presente; un tema embarazoso que los dirigentes intentan eludir con un argumentario lo más elíptico y genérico posible; uno de esos asuntos de los que conviene hablar cuanto menos mejor porque detenerse y profundizar en ellos puede restar muchos votos.

El problema de fondo está, fundamentalmente, en que la formación morada no ve barrabasada antidemocrática alguna donde los demás partidos sí la ven, pero al mismo tiempo los morados no pueden mostrar abiertamente su indulgencia porque muchos de sus electores no lo entenderían o, lo que es peor, no se lo perdonarían.

Mal día para escribir artículos

Es razonable suponer que un porcentaje si no muy elevado sí muy significativo de los cinco millones de votantes de Podemos no tiene con Venezuela la misma manga ancha que tienen Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez, Alberto Garzón o Juan Carlos Monedero.

(Mal día, por cierto, tuvo este último cuando decidió escribir un artículo restando gravedad a la decisión del Tribunal Supremo de arrebatar determinadas competencias a la Asamblea Legislativa: apenas unas horas después de publicarse las reflexiones sonrojantemente exculpatorias de Monedero, la Fiscal General del país y reconocida chavista, Luisa Ortega Díaz, calificaba de “ruptura del orden constitucional” la sentencia del Supremo; de hecho, este rectificó su resolución ¡a petición del presidente del Ejecutivo!).

El pecado y los pecadores

Sin embargo, Teresa, Pablo, Juan Carlos o Alberto tienen razón cuando afean a las bellas almas antibolivarianas su doble juego, también llamado redomada hipocresía: si tanto les duele la violación de los derechos humanos, deberían denunciarla también y con el mismo ímpetu cuando tiene lugar en China, Israel, Marruecos o Arabia Saudí.

Y es que, ciertamente, a muchos de quienes tan duramente critican a Venezuela se les ve demasiado el plumero: están menos preocupados por el pecado que por la filiación política del pecador.

Ahora bien: salvo los más cerriles, la mayoría de esos feroces críticos sabe perfectamente que China o Arabia Saudí –y en mucho mayor grado que Venezuela- tampoco respetan los derechos humanos, y si no lo denuncian es, en efecto, por hipocresía, por oportunismo, por conveniencia, por cobardía…, pero no porque crean que esos países actúan correctamente.

Y en eso llegó Hegel

Y esa es, precisamente, la diferencia crucial de todos ellos con los dirigentes de Podemos o Izquierda Unida: que estos sí creen sinceramente que el Gobierno de Venezuela hace lo que tiene que hacer, que sí piensan sinceramente –lo decía meses atrás Teresa Rodríguez– que la justicia de Venezuela que mete en la cárcel a opositores es equiparable a la justicia española, francesa o alemana.

Los dirigentes de Podemos disculpan los excesos, las arbitrariedades y hasta los crímenes de Caracas porque juzgan su régimen político con ojos hegelianos: ¿qué es un preso más o menos comparado con La Historia? ¿Acaso debe esta detener su Formidable Curso en Pro de la Emancipación de los Hombres solo porque unos cuantos disidentes no sepan entender el Espíritu Absoluto que la impulsa? Lo que inquieta de Podemos es su fe ciega en las mayúsculas.

Sobre el fariseísmo

Podemos no suele detenerse en la defensa específica de las decisiones políticas concretas del régimen bolivariano –bueno, salvo Monedero y bastante inoportunamente–, sino que prefiere quedarse en el reproche a la hipocresía y la doble vara de medir de sus adversarios, como si fundara la moralidad propia en la inmoralidad de los otros. Es lo que Sánchez Ferlosio ha identificado muy lúcidamente como fariseísmo: “un mecanismo moral definido por construir la propia bondad sobre la maldad ajena”.

Se diría, pues, que la hipocresía de Podemos no es menor que la de quienes descalifican el régimen venezolano. Si estos, por pura conveniencia, callan las violaciones de derechos en otros países, también aquellos ocultan por puro cálculo electoral lo que de verdad piensan de Venezuela: que hace lo debido porque está en el Camino Correcto.

Una vuelta de tuerca

Pero tras venir el asunto a parar en el apeadero de la ética, para concluir hagámoslo regresar de nuevo a las vías de la política con una vuelta de tuerca más. Es esta: los detractores de Venezuela no tienen soluciones efectivas para la pobreza y la desigualdad brutal del país; muchos no verían mal que allí se aplicaran políticas convencionales de austeridad y consolidación fiscal aunque sus efectos fueran devastadores para millones de personas.

¿Es posible en Venezuela una salida a medio camino entre el chavismo y la ortodoxia? Gente como Rodríguez Zapatero piensa que sí, pero gente como Pablo Iglesias piensa que no. El primero cree que la única salida efectiva para el país pasa por un pacto nacional y el segundo opinaría de ese pacto lo que opina del pacto español de la transición, que fue un Fraude, un Apaño, una Traición que simuló cambiarlo todo para que en realidad todo siguiera igual.

Como tantas veces en política, en el fondo la discrepancia entre ambos es una mera cuestión de mayúsculas y minúsculas.