Fue el 4 de febrero de 2012 en Sevilla. Aquel día la historia del PSOE pudo haber dado el vuelco que –ahora lo sabemos– tanto necesitaba el partido si Carme Chacón hubiera sumado el puñado de votos que le faltó. Por 22 votos le ganó Alfredo Pérez Rubalcaba la Secretaría General del partido en un congreso federal extremadamente reñido donde –ahora lo sabemos– el presidente andaluz José Antonio Griñán y su mano derecha Susana Díaz tenían razón al apostar por Chacón.

La victoria del pasado

Muy probablemente, la convulsa y desoladora historia del Partido Socialista de los últimos cinco años habría sido muy distinta si aquel sábado de febrero, bastante cálido incluso en Sevilla para ser invierno, el futuro que era Chacón hubiera vencido al pasado que era Rubalcaba.

Atrapado en un sentimiento a mitad de camino entre el vértigo, la ansiedad y el pánico, el socialismo histórico pensó que el hombre idóneo para dirigir el partido era el mismo que tres meses antes había sufrido la mayor derrota socialista de toda la democracia. Aquel batacazo electoral de noviembre de 2011 era solo –ahora lo sabemos– el aperitivo de lo que vendría después.

La gloria y la ceniza

La abusiva muerte –tan injusta, tan temprana– de la dirigente catalana obliga a rememorar aquellos días cruciales de febrero. Fueron el Gran Momento de Carme Chacón.

Desde entonces el PSOE no ha levantado cabeza. ¿Lo hubiera hecho de haber ganado Chacón? Imposible saberlo. Seguramente, la entonces diputada del PSC nunca llegó a recuperarse de aquel día en que la gloria se convirtió en ceniza.

De hecho, un año y medio después renunciaba a su escaño y se marchaba durante un año para ejercer de profesora en Miami: aunque proclamó que se iba con “billete de ida y vuelta”, en verdad nunca volvió. Es decir, volvió pero fue como si no hubiera vuelto; es decir, volvió cuando era ya demasiado tarde para volver.

Fuera del tablero

Más allá de las maniobras de Rubalcaba para entorpecer primero y forzar después la celebración de primarias tras dimitir por el fracaso en las europeas de 2014; y más allá de que Chacón anunciara a su vez que no concurriría a esas primarias, con su marcha a Estados Unidos la dirigente catalana se había autoexcluido de hecho de la carrera del liderazgo y de la carrera misma de la política.

Fuera o no del todo consciente de ello, su viaje a Miami en el verano de 2013, en plena efervescencia de la crisis de Cataluña pero también del PSC, la dejaba fuera de un tablero de juego al que ya no pudo o no quiso incorporarse.

Movilización general

Su gran momento había sido en aquel febrero de 2012 en que su ascenso a la Secretaría General pudo haber cambiado la historia del PSOE. Y con toda seguridad, haberla cambiado a mejor porque hacerlo a peor –ahora lo sabemos– sería imposible.

El PSOE andaluz se empleó a fondo para hacer secretaria general a Chacón, pero no lo consiguió. Susana Díaz, a las órdenes entonces de Pepe Griñán, movilizó al partido por lo civil y por lo militar para respaldar a Carmen, pero le faltó un puñado de votos. Lástima.

La sombra y el fuego

Ganó Rubalcaba, sí, pero su victoria fue una sombra, un lastre, un ficción. Su sustituto en la Secretaría General sería Pedro Sánchez: a su manera otra sombra, aunque se tratara de una sombra con una lata de gasolina bajo el brazo con la que a punto está todavía de incendiar el chiringuito.

Como aquel personaje de César Vallejo que había perdido su sombra en un incendio, Pedro perderá la suya en este incendio del Partido Socialista, pero la memoria de las llamas por él provocadas no se extinguirá en mucho tiempo.

Tres días de febrero

Mas nada de todo esto, en realidad, tiene importancia en días como hoy. La muerte inesperada de Chacón obliga por unas horas al cese de hostilidades en el campo de batalla socialista.

Carme nunca sabrá quién gana ni quién pierde estas endiabladas primarias. Para ella ya no cuentan las victorias ni las derrotas. Desde ayer, sabe Algo que nosotros no sabemos. Pronto será humo, polvo, sombra, nada, pero ni aun así podrá nadie arrebatarle nunca la gloria de aquellos soleados días de febrero de 2012 en Sevilla, cuando a punto estuvo de lograr que el Partido Socialista no se equivocara.