Un fantasma recorre amenazante las en otro tiempo plácidas Casas del Pueblo de la España socialista: es el fantasma del móvil, el espectro del ‘smartphone’, ese milagroso dispositivo con el cual grabar cualquier conversación comprometida sin que nadie se entere es un juego de niños.

La intrahistoria de las Casas del Pueblo tendrá un antes y después de la grabación clandestina de la arenga bélica pronunciada hace unos meses ante militantes de Juventudes Socialistas por el líder malagueño y número dos del PSOE en el Congreso, Miguel Ángel Heredia.

¿Seré yo ‘un Heredia’, señor?

¿Seré yo también ‘un Heredia’?, se peguntan hoy apesadumbrados muchos socialistas que, como su compañero de Málaga, no cayeron a tiempo en la cuenta de que su partido está en plena guerra civil y por tanto: 1) no puedes fiarte de nadie; 2) todo vale; 3) a lo que no vale se le hace que valga; y 4) los móviles con grabadora son un arma de destrucción masiva.

Como diría el deslenguado parlamentario soberano Gabriel Rufián con esa capacidad de síntesis tan suya y que le está haciendo justamente célebre: Heredia la ha cagado. Dijo cosas que, ni aun creyéndose a salvo de grabaciones, debió decir jamás, como inventarse que el líder de CCOO le había chivado que Pedro Sánchez planeaba gobernar con los independentistas catalanes o como sugerir que lo mejor habría sido disolver el PSC y crear una marca socialista propia en Cataluña.

Hablar, grabar, tal vez callar

Lo grave a efectos políticos de las palabras grabadas a Heredia son sin duda las propias palabras, pero lo devastador a efectos orgánicos es la grabación misma. La verdad es que, aquel día, Heredia no les dijo a los cachorros socialistas nada que, en aquellos últimos meses de 2016, los periodistas que escribimos de política no les hubiéramos escuchado ‘off the record’ a numerosos adversarios de Pedro Sánchez.

La única –y fatídica– aportación novedosa del dirigente malagueño fue la de incluir al sindicalista Fernández Toxo en su ameno relato sobre Pedro el Cruel: digamos que se embaló, se vino arriba y decidió adornarse redondeando su historia con un toque de aparente verosimilitud que ahora se le ha vuelto en su contra.

Dimisión igual a munición

¿Debe dimitir Heredia por esas palabras de hace meses convertidas ahora en munición de primera clase por el bando de Pedro Sánchez? No hay una respuesta justa a esa pregunta. Mejor dicho: hay dos respuestas igualmente justas e igualmente irreconciliables.

Tanto quienes piensan que debe dimitir como quienes piensan lo contrario ponen cara de juez del Supremo y simulan que su sentencia absolutoria o condenatoria obedece a una ponderada evaluación de las palabras de Heredia, de sus pros y de contras, de sus antecedentes y sus consecuentes, etc., pero no es así: las guerras civiles no solo involucran a los combatientes, también involucran a los espectadores de la carnicería, que no pueden escapar a la infernal dinámica de banderías irreconciliables que desencadena la propia guerra.

La decisión sobre si Heredia debe o no debe dimitir es previa y anterior al examen de su metedura de pata. Dado que en este contexto bélico dimisión es igual a munición, dime si debe o no debe dimitir y te diré de qué bando estás.

Las secuelas

Ahora bien, otra cosa bien distinta son las secuelas de la metedura de pata, la cicatriz que ese error-reconvertido-en-dinamita-contra-Susana-Díaz dejará en el propio cuerpo de Miguel Ángel Heredia.

Es pronto todavía para aventurar una respuesta. No lo es, en cambio, para pronosticar que el caso Heredia –o el caso ‘Margarita hijaputa’, que diría Rufián– pondrá en alerta a cualquier dirigente socialista que en cualquier futura asamblea del partido se dirija a sus compañeros, pues cualquiera de los cuales podría ocultar un arma de destrucción masiva en el bolsillo de su americana.