No me importa nadar a contracorriente. Hoy que todo es leña compadezco al árbol caído. A ese Paco Granados que debe estar a estas horas hundido, pero que lo estuvo que estar ya mucho antes cuando alguien tan español y patriota se ve obligado a meter la pasta en Suiza. Me quedo con esa pulserita roja y gualda que asomaba en su muñeca de tertulia en tertulia cuando esbozaba un aspaviento para remarcar, inspirado en una parábola evangélica, que en su partido él era trigo, que no cizaña (aunque él decía polvo, a saber en qué estaría pensando).

Es más, le compadezco y le admiro. Para clamar contra la corrupción con esa vehemencia, sin mover una ceja, mientras te lo llevas crudo a costa del esfuerzo ajeno hay que valer. Y, como me he crecido en los respaldos, también confesaré que estoy de acuerdo con Aguirre en algo. Estoy harto de las presunciones de inocencia. Hasta los mismísimos atributos de que las remisiones a los fallos judiciales y la delicadeza del sistema democrático, según para qué, se ponga al servicio de golfos, maleantes y tiparracos sin escrúpulos.

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