El Papa Francisco saluda a los fieles en la Plaza de San Pedro. EFE



Francisco tendrá que decidir sobre el futuro de los Legionarios de Cristo, fundada por el fallecido Marcial Maciel y de la que 35 sacerdotes han sido acusados de pederastia, entre ellos el propio Maciel. Durante un mes, 61 delegados de los Legionarios estarán reunidos en Roma para analizar la continuidad de una organización cuestionada desde la década del 80 y cuyos abusos fueron silenciados por los anteriores Papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

El silencio de Wojtyla
El encuentro de los representantes de los Legionarios en Roma, denominado Capítulo General Extraordinario, tiene como fin revisar los estatutos de la organización y elegir una nueva dirección. La Iglesia ha reconocido que 35 sacerdotes de los Legionarios han sido acusados de pederastia y que hay constancia de que nueve cometieron ese delito, aunque ninguno ha sido puesto a disposición de la Justicia.

Juan Pablo II silenció y protegió a Marcial Maciel, el fundador de la congregación, a pesar de las terribles acusaciones que pesaban sobre él: robo, droga y abusos a jóvenes y niños (entre estos, sus propios hijos). Prácticas que s extendieron a otros miembros de la Legión.

La condescendencia de Ratzinger
Benedicto XVI apartó a Maciel del ministerio sacerdotal, pero no le aplicó un proceso canónico ni lo puso a disposición de la Justicia. En 2010, dos años después de la muerte del fundador de los Legionarios de Cristo, la congregación admitió los delitos de Maciel, y en 2012 asumió que los abusos eran generalizados.

El Papa Juan Pablo II bendice a Marcial Maciel. Foto vista en Redes Cristianas.net



El Vaticano lo sabía desde la década de los 80
Félix Alarcón, que fuera secretario general de los Legionarios de Cristo y secretario personal de Maciel, castigado por éste cuando se opuso a los abusos, ha dicho, en declaraciones recogidas por El País, que un libro recoge que el Vaticano tiene 240 documentos que evidencian que la jerarquía eclesiástica conocía lo que pasaba mucho antes de que lo reconociese públicamente,  y que él mismo lo denunció en la lejana fecha de 1988, cuando Ratzinger era cardenal. “Se pasaban esta terrible patata caliente unos a otros, sin tomar ninguna medida”.