Una de las características esenciales de todo sistema democrático es la alternancia en el poder, siempre y cuando nazca de una libre concurrencia de las opciones políticas y de la voluntad de los ciudadanos. No se debe confundir con los mecanismos del turno entre partidos, que sirvió para sustentar el sistema canovista, cuando dos grandes partidos, el conservador y el liberal, no solo se alternaban, sino que se turnaban en el ejercicio de las labores de gobierno. Así funcionó nuestro sistema político durante buena parte de los reinados de Alfonso XII y de Alfonso XIII, es decir, entre el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del XX.

La España democrática que nace tras la muerte del dictador y que adquiere su configuración con la Constitución de 1978 ha visto ya la alternancia entre tres fuerzas políticas: UCD, PSOE y PP; asimismo, hemos asistido al cambio en la presidencia del Gobierno, de modo que son seis personas las que han desempeñado dichas funciones, dos por cada uno de los partidos citados. Resulta evidente que el primero de ellos, Adolfo Suárez, no podía quejarse de la herencia recibida, puesto que era el arranque de la Transición y de lo que se trataba era de construir un modelo diferente. Tampoco estaba en condiciones de lamentarse Calvo Sotelo, puesto que pertenecía al mismo partido que el dimitido Suárez en 1981, e incluso formaba parte del ejecutivo. Los otros cuatro, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy han llegado a la presidencia tras una etapa de gobierno de otro partido.

Y resulta curioso que sean los dos del Partido Popular los que más lamentos hayan emitido acerca de lo que recibían, cosa que no hicieron en la misma medida los dos socialistas. A los populares les cuesta asumir que una de las esencias del sistema democrático consiste precisamente en que un gobierno debe continuar, en parte, la labor del anterior, que la obligación de un partido mientras que se encuentra en la oposición es controlar al ejecutivo y estar informado acerca de la situación real del país. No caben excusas, puesto que el sistema democrático ofrece mecanismos para ello. Sin embargo, la derecha nunca está contenta con lo que recibe, entre otras cosas porque vive su separación del poder como si fuera una anomalía, y luego, para justificar sus carencias, recurren a la herencia recibida. Eso sí, cuando gobiernan otros, no dudan en utilizar el juego marrullero y de oposición destructiva. Me vale un ejemplo reciente: solo cuando los socialistas han pasado a la oposición se han desbloqueado las negociaciones para el nombramiento de determinados cargos institucionales que necesitan de una mayoría cualificada, algo imposible de conseguir mientras el PP estuvo en la oposición.

Desde que se formó el nuevo gobierno, bien en intervenciones parlamentarias o fuera de ellas, el presidente y los ministros no han dejado de hablar de la herencia recibida: en el paro, en la crisis de la banca, en el problema del déficit o en la evolución de la prima de riesgo,… nada escapaba a esa fórmula. Por eso, la otra noche, cuando la selección española de fútbol ganó la copa de Europa, yo esperé con atención las palabras de Rajoy en la entrevista que le hicieron, pues estaba seguro de que iba a decir que lo ocurrido en Kiev era una consecuencia de la herencia recibida, de esas victorias de 2008 y de 2010 conseguidas durante mandato socialista.

Pero no, en este caso el presidente se limitó a resaltar que él estuvo presente en aquellas otras dos finales que España había ganado. Habría que recordarle entonces que en los mecanismos de funcionamiento del sistema capitalista que dieron origen a la crisis él también estaba allí, en los gobiernos de Aznar.