Ya han salido varios presidentes latinoamericanos para anunciar la maniobra y dejar claro que no piensan reconocer al nuevo presidente, fruto del golpe de estado. Sólo reconocerán al legítimo presidente Fernando Lugo, ahora derrocado.

Han querido justificar la acción por los sucesos acaecidos días atrás en el que perdieron la vida varios policías y campesinos. De nada sirvió que el presidente Lugo destituyera al ministro del interior y que abriera una comisión de investigación para esclarecer los hechos.

Ya sabemos que los tentáculos del poder financiero llegan bien a los partidos conservadores para intentar conseguir como sea lo que pretenden: un poder que les legitime en sus pretensiones. A costa de lo que sea.

De eso está llena la historia de Latinoamérica y también la de otros muchos países del mundo.

A mí personalmente, este golpe de estado contra Lugo me ha parecido una verdadera salvajada. Inaceptable a todas luces. Para colmo- ¡cómo no!- recibe la aprobación inmediata de la Iglesia paraguaya que aconseja a Lugo que abandone su puesto y reconoce al nuevo presidente nombrado por los 39 votos del senado.

¿Cómo se puede consentir que 39 personas destituyan a un presidente votado democráticamente por millones de ciudadanos? Nadie debiera consentir eso. Los obispos deberían haber denunciado este golpe antidemocrático y exigir a los golpistas que renuncien a su empeño por querer romper con el orden constitucional. Y exigirles que depongan su actitud.

Pues no. Como siempre, le hacen el juego a la derecha. Seguramente porque piensan que el nuevo presidente podrá darles más privilegios y prebendas. El Vaticano se debería haber unido a esos otros muchos presidentes latinoamericanos y organizaciones de todo tipo que denuncian el golpe.

Desde aquí mi denuncia de esta situación y mi solidaridad con el presidente Lugo.

Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares