Pese a que los sondeos también pronosticaban su tercer puesto, no lo hicieron con la contundencia demostraba por Marie Le Pen. La ultraderechista aprovecha el desencanto popular con un discurso tan fácil de digerir que ha logrado arrimar a su proyecto a casi un 20% de los votantes. Sarkozy se ha quedado en el 27%, por lo que muchos analistas de trazo grueso hacen la cuenta de la vieja para pronosticar el renacer de las cenizas del marido de Carla Bruni gracias a los votos prestados provenientes de la extrema derecha. Análisis con poca base. Muchos de los votantes de Le Pen tienen el mismo índice de intolerancia hacia Hollande que el que demuestran por Sarkozy.

Además, la hija del que fuera líder histórico de la ultraderecha francesa también ha recogido mucho voto popular de trabajadores desencantados y preocupados gracias a su discurso duro con la inmigración, que viene a tener la profundidad de la máxima “Francia para los franceses”. Por ese lado, Sarkozy no recogerá ni un sólo voto, pero sí Hollande. Muchos sondeos sobre la base de votantes del Frente Nacional de Le Pen no ofrecían cifras pequeñas sobre los votantes que otorgarían su sufragio al candidato socialista en la segunda vuelta, al igual que lo hará mayoritariamente el 11% de los electores que se decantaron por Jean-Luc Mélenchon y su Frente de Izquierdas.

Por tanto, Hollande tiene dos semanas sencillas por delante. Sólo tiene que hacer lo que ha hecho hasta ahora. Las cifras le dan la razón y el análisis pormenorizado de las mismas. Sarkozy tendrá que girar a la derecha sin remedio, pero cuidando no perder el centro, de donde el socialista puede seguir nutriéndose de votos si el actual presidente francés exagera en sus guiños al electorado que se decantó por la ultraderecha. Difícil papeleta para Sarkozy, cuya campaña siempre ha ido a remolque, incapaz de marcar los tiempos y con grandes errores de bulto innecesarios e impropios de una campaña de este calibre. Lo de quitarse el reloj de varios miles de euros para dar la mano a sus fieles no fue sólo un gesto. Es el síntoma de la enorme distancia que separa a un político de sus bases. No le robarán el reloj, pero con toda seguridad le privarán de unos años más en el poder.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin