Durante años ha vendido excepcionalmente bien su aspecto de empollón, aplicado y culto. Respetuoso con las ideas de los demás, dando siempre una de cal y otra de arena y muy entretenido con las innumerables obras para que le recuerden todos los madrileños, endeudándolos hasta la eternidad. 6.061 millones de euros que no se sabe cuándo  se acabarán de pagar.

Tan bien lo hizo que hasta los militantes de su propio partido le creyeron y en más de una ocasión lo vetaron por ser demasiado tolerante. Daba palmaditas en la espalda a los socialistas, casaba homosexuales, contrató a Ana Belén para ser la imagen de Madrid, alternaba con Joaquín Sabina, pero fue llegar al Gobierno central  y cambiar.

Parecía que estaba a años luz de su eterna enemiga Esperanza Aguirre y resulta que ahora coinciden en todo. Que si ella financia los colegios del Opus Dei, el levanta la bandera de la reforma del aborto. Si ella construye campos de golf para sus amigos en jardines públicos  que antes eran para los ciudadanos, él quiere cadena perpetua, cuando España es de los países en donde se cumplen las condenas más duras de Europa.

Gallardón ha optado por cambiar de amigos. Antes saludaba cariñosamente a Alfonso Guerra cuando coincidían en conciertos de música clásica, ahora prefiere alternar con Rouco Varela y sus seguidores cardenalicios. Cada día está más cerca de las posiciones de su suegro Utrera Molina.

Y con este travestismo político han llegado las afirmaciones injustas y dolorosas de que las mujeres en este país se sienten presionadas a abortar. Seguramente Don Alberto no ha tenido que pasar nunca por ese trance, pero sin lugar a dudas es angustioso, triste y frustrante. Y lo peor de todo es que nunca se olvida, así pasen los años.

Y tiene el valor de añadir que él va a poner todos los medios para que esas mujeres cambien su  postura y sigan con el embarazo. Y me gustaría saber cómo las va a ayudar. ¿Aprobando una  ley laboral que permite despedir a un trabajador en cualquier momento y con cuatro euros?

O quizás es que va a aprobar una partida para darles vivienda, ayudas sociales, guarderías cuando sus compañeros de partido y gobierno andan con las tijeras en la mano.

O sea, el señor ministro  plantea dar los medios económicos que necesitan  las embarazadas  mientras la Ministra de Trabajo las despide, Cospedal corta todas las ayudas sociales y los ayuntamientos no ofrecen plazas de guardería.

Contradictorio y vergonzante.

El cinismo de Don Alberto es tan grande que habla de “violencia estructural” que presiona a las mujeres para que aborten. Aquí la única violencia estructural  que hay es la de no encontrar trabajo, ir a urgencias y que no te atiendan, como en Catalunya, que los escolares valencianos estén sin calefacción en las aulas, que los enfermos dependientes ya no reciban ayudas,  que la policía aporree a estudiantes que salen a la calle a reclamar derechos mientras que la santa madre Iglesia sigue  disfrutando de sus privilegios... eso sí es violencia estructural.

Violencia estructural es lo que ejerce la cúpula de la Iglesia católica, es beneficiar a los que más tienen mientras se asfixia a los que menos, es querer seguir manteniendo a las mujeres en casa atadas a la pata de la cama, es querer despojarnos de los derechos que  costaron años conseguir de un plumazo y para finalizar, señor Gallardón, violencia estructural es permitir la corrupción política, esa que facilita el tránsito del dinero de todos los ciudadanos a los bolsillos de unos cuantos políticos.

Mercè Rivas Torres es periodista y escritora