Los virus no tienen raza. Ni nacionalidad, ni religión, ni saben de política ni de ideología. Algo tan simple que hasta sonroja escribirlo. Si no fuera porque determinados comentarios, que sonrojan más todavía, hacen preciso decirlo.

Cuando empezó esta pandemia todos los ojos miraban a China. Y, por extensión -y también por ignorancia- a todo lo que pareciese oriental o a quien tuviera los ojos inclinados. Una suerte de autoengaño: a nosotros no nos podía pasar nada porque no somos chinos. De ese momento, que parece lejano, pero del que apenas hace unas semanas, data la frase que oí a un comerciante chino, afincado varias décadas en España. Decía, con buena dosis de ironía, que el virus estaba en China, y no en el chino.

Se empezaron a consolidar comportamientos que entraban de lleno en el racismo y en la xenofobia. Había gente que se apartaba en un ascensor o en un autobús de las personas de apariencia oriental, aunque llevara viéndolas toda su vida.

Alimentaban estas conductas, por su parte, las manifestaciones de algún político que insistía en la extranjeridad del bicho y la posibilidad de vencerle con nuestros genes españoles. Casi nada. Como si los virus pidieran el pasaporte antes de introducirse en un cuerpo y hacerle la puñeta. Y, claro está, por la boca muere el pez.

Por si con el coronavirus no tuviéramos suficiente, hemos de defendernos también de otro virus, el de la xenofobia. Porque, dado el pistoletazo de salida, ya no eran solo los chinos. Se rechazaba a los italianos porque traían el virus, y, además, se hacían conjeturas varias. Una señora que compartía conmigo peluquería antes de que el estado de alarma las pusiera de moda, decía muy seria que o se trataba de una conjura de los chinos para eliminar a sus mayores y no pagarles pensiones, o era cosa de “los moros”, cuyas mujeres estaban a salvo porque iban siempre tapadas con velo. Increíble pero cierto.

Y, como siempre pasa, también acaban cargándose las tintas contra el pueblo más discriminado según las estadísticas, el pueblo gitano. No han faltado quienes, echando mano del ruin estereotipo de la falta de higiene, les acusan de expandir el virus allá donde van. De ahí al rechazo hay menos que un paso. Y lo pagan quienes lo pagan siempre.

Hemos de estar alerta. Esta pandemia debería unirnos para lograr vencerla. Y, aunque no hay vacuna aun para el coronavirus, para el virus del racismo sí la hay, la educación. Y a esta no hay estado de alarma que la elimine.