El debate sobre la acentuación del 'sólo' ha acabado con un acuerdo difuso, utilizado a conveniencia, basado en la ambigüedad y cimentado en una acalorada discusión que esconde tras de sí una batalla de dimensiones alejadas de una búsqueda rápida en el panhispánico de dudas. Este jueves, en un pleno de la Real Academia Española que prometía altas dosis de tensión, encontramos a dos bandos dispuestos a zaherir a sus adversarios con argumentos que iban más allá de la defensa de su modelo: de un lado, los filólogos, expertos en el lenguaje, científicos de la ortografía y analistas de su uso vivo y ágil; del otro, los literatos, los poetas, los románticos, aquellos que prometían dar la guerra del recuerdo, lo aprendido y la pertenencia a un selecto grupo que renuncia a dejar que la evolución acabe con lo cotidiano.

En esta constante pugna entre lo pragmático y lo estético, rivalidad ampliable a cualquier parcela de la propia vida, hemos encontrado más excusas que soluciones. El pleno acabó con acuerdo y buenas formas, según la propia RAE, que cómo tendría que verse para convertir en noticiable que nadie, venido arriba y con síntomas de adalid de una generación, entrase con la camisa abierta y una tilde acentuada en una palabra llana acabada en vocal tatuada en el pecho.

Cuenta Jorge Bustos en el diario El Mundo que Joaquín Manso, contildista reconocido, siempre utilizaba el mismo ejemplo para convertir en norma la acentuación: “Esta noche solo tuve sexo dos veces”, indicaba, creando la duda sobre si la frase hacía alusión a un exceso sexual encubierto de falsa resignación, o, por el contrario, hablaba de la yoísta concepción de la autosatisfacción defendida esta semana en las teorías pampam.

Y así, con miles de guerreros dispuestos a defender la casta y pura ortografía en la que se criaron -a fin de cuentas, hablar y escribir correctamente es de las pocas cosas que nos diferencia de los animales (Pacma approves)-, la RAE emitió un comunicado para dar por zanjado un debate que, me temo, acaba de empezar: la resolución, si es que la equidistancia normativa permite este término teniendo en cuenta las dudas todavía existentes, venía a decir algo así como que cada uno haga lo que quiera.

Juzguen ustedes:

a) Es obligatorio escribir sin tilde el adverbio solo en contextos donde su empleo no entrañe riesgo de ambigüedad.
b) Es optativo tildar el adverbio solo en contextos donde, a juicio del que escribe, su uso entrañe riesgo de ambigüedad.

Ahora bien: ¿quién fija la ambigüedad? He aquí donde transitan actualmente las partidistas interpretaciones en las que todos los implicados sacian su sed de victoria. Los sintildistas lo tienen fácil, ya que, de querer hacerlo, no tendrán que mandar a la lona el solo (sin tilde) en ninguna circunstancia. Frente a ellos, sólo (con tilde) basta argumentar que la ambigüedad del escritor reside en su propia percepción y, por ende, acentuarán como les plazca.

“Si el pleno de la RAE, como hizo ayer, confirma que "sólo" puede escribirse con tilde "a juicio de quien escribe" si se considera que hay riesgo de ambigüedad, eso significa que la tilde en "sólo" cuando se refiere a "solamente" no puede considerarse falta de ortografía”, ha tuiteado Arturo Pérez Reverte, capitán general del ejército demodé de la atemporal acentuación. “Para mí siempre hay riesgo de ambigüedad”, contestaba un usuario. “Pues en tal caso, tilde siempre. Ahí está el truco del asunto”, sentenciaba Reverte, juez y parte parapetado en una sentencia cimentada en un vacío legal.

Un vacío legal, no obstante, que otorga seguridad ortográfica. En estos tiempos en los que la seguridad jurídica copa titulares tras el cambio de sede social de Ferrovial, la RAE acercó un debate mucho menos importante y probablemente más polémico para aquellos que cuando escuchan Del Pino piensen en un ambientador atado al retrovisor. Finalmente, y tras menos batalla de la que presagiaban las declaraciones en los días previos, el pleno dictaminó que no había nada que dictaminar, que las formas habían sido cordiales y que, como todo en esta vida es interpretativo, no hay nada más vivo para el lenguaje que permitir que sea el que escribe quien decida si pertenece a la normativa viveza de los lexicógrafos o a la romántica disidencia de los literatos.  

"Hasta ahora la norma permitía a un profesor poner una falta cuando se tildaba solo, ahora se evita eso, los alumnos pueden tener seguridad a la hora de poner tilde o no ponerla, porque es a juicio del que escribe si hay o no ambigüedad, no al juicio del que controla", aseguró, en rueda de prensa, el presidente de la Real Academia Española, Santiago Muñoz.