Más allá de los sueldos multimillonarios, los coches y las vidas de lujo, los futbolistas siguen siendo personas. Tienen sus miedos, sus preocupaciones, sus debilidades… y no están libres de sufrir una enfermedad como la depresión. Seguramente, todo el planeta fútbol se sorprendió al ver que un jugador como Andrés Iniesta, autor del gol más importante en la historia de España en el Mundial de 2010, anunció que tuvo depresión durante el año anterior. No fue el primero en padecerla, tampoco el último, pero ayudó a dar visibilidad a una situación que muchos guardan para sí mismos. El propio Iniesta, coincidió en el FC Barcelona con uno de tantos que no quiso hacer pública su condición, algo que, a la larga, le acabó costando la vida; el portero alemán Robert Enke.

Enke encontró su lugar bajo los palos. Comenzó destacando como delantero en las categorías inferiores, pero un día, se puso un par de guantes para defender una portería y ya nunca dejó de hacerlo. Al realizar sus primeras pruebas con ojeadores profesionales, nadie pudo batirle y, desde entonces, comenzó una ascensión meteórica que le llevó a las inferiores de la selección alemana. Sus primeros pasos como profesional los dio en el Carl Zeiss Jena, un club que por aquel entonces militaba en la segunda división germana, pero no fue hasta llegar al Borussia Monchengladbach cuando terminó de explotar su potencial.

La lesión de su veterano compañero, Uwa Kamps, le abrió las puertas de la titularidad a los 20 años en la temporada 1998/99. Tras aquel año, fichó por el Benfica de Jupp Heynckes, donde se hizo amo y señor de la portería lusa. Su gran rendimiento le aupó a todo un grande como el F.C. Barcelona en 2002, pero ahí comenzaría su calvario.

De entre todas las posiciones del campo, dicen que la del guardameta es la más difícil y la menos agradecida. El portero establece una relación especial con la soledad. Mientras el resto de sus compañeros batalla en el centro del campo, él espera atento para intervenir cuando sea necesario. Si hay un gol a favor, lo celebra únicamente consigo mismo y si lo hay en contra, todas las miradas le apuntan. Una ‘cantada’ del cancerbero no la compensan ni 100 aciertos. El fallo se mastica, se lleva a casa, aparece en sueños y no se supera; simplemente se guarda en una mochila junto con el resto y se convive con él.

Sabiendo esto, ¿quién podría querer ponerse un par de guantes? ¿por qué razón compensaría tal responsabilidad? La respuesta solo la entiende alguien que ha probado la sensación de tocar el cielo con las manos, de ver la cara del delantero rival al hacer una parada que parecía imposible, de sentir el tacto del balón al ser blocado… Y así, al despegar los pies del suelo y echar a volar, Robert Enke se sentía feliz, hasta que su situación en Barcelona se torció.

La pesadilla de Enke en su debut con el Barcelona

Aquel año, el vestuario culé no era el lugar más tranquilo donde estar. El club no atravesaba un buen momento y la portería parecía un campo de minas. Enke competía con Roberto Bonano, cada vez más discutido, y con un Víctor Valdes que acababa de entrar en la veintena y fue el que comenzó la temporada como titular. La competencia en la portería es dura. A diferencia del resto de posiciones, bajo palos solo puede haber uno. El portero suplente puede pasar meses esperando una oportunidad para demostrar sus aptitudes, pero hay ocasiones en las que, cuando llega, la suerte no está de su lado.

Enke gozó de esa oportunidad en la Copa del Rey ante un Segunda ‘B’, el Novelda. Lo que parecía un partido sencillo se convirtió en una pesadilla. El Barça cayó 3-2 y, por si fuera poco, el último gol de los locales fue uno de esos que van directos a la mochila de un portero. El alemán falló y su “compañero”, Frank de Boer, lo echó a los leones con unas declaraciones ante la prensa poco frecuentes en el mundo del fútbol. Jugó 3 partidos más con el Barcelona y puso rumbo al Fenerbache turco, donde solo aguantó media temporada disputando tan solo 1 partido. En ese momento estaba sufriendo su primera depresión.

Para un deportista de élite, anunciar algo así no es fácil. Cierra mas puertas de las que abre y supone exponerse al cruel mundo de la prensa deportiva. Robert Enke nunca hizo pública su depresión por ello. Estuvo medio año sin equipo, hasta que volvió a disfrutar del fútbol defendiendo la portería del Tenerife, alejado del foco mediático que soportan los grandes. Hizo una buena temporada en segunda división española y recuperó la sonrisa. Tuvo a su primera hija y regresó a su país para jugar en el Hannover 96 y, al finalizar la temporada 2005/2006, fue nombrado Guardameta del Año por la revista alemana ‘Kicker’.

El golpe del que Enke no se pudo reponer

La depresión parecía haber quedado atrás, pero la vida le tenía preparado un nuevo golpe a Enke, el más duro posible. El 17 de septiembre de 2006, su hija Lara falleció a los 2 años por un problema del corazón. A pesar de ello, Robert Enke pareció ser fuerte ante este suceso. Su nivel bajo palos no decayó, sino todo lo contrario. Logró debutar con la selección alemana en 2007 y, tras la Eurocopa de 2008, su nombre sonó con fuerza para ser el portero titular de Alemania en el Mundial de Sudáfrica. Junto a su mujer, volvió a ser padre adoptando a una niña.

La oscuridad que años atrás le asolaba parecía superada, pero contraatacó con todo. El 10 de noviembre 2009, Robert Enke decidió ponerle fin a su vida lanzándose a las vías del tren. Tras años luchando contra la depresión en silencio, al fin pudo descansar.

El trágico caso del alemán sirvió para prestar más atención a la psicología en el mundo del deporte. Se creó la Fundación Robert Enke con el objetivo de cuidar la salud mental de los futbolistas y poco a poco, la depresión ha ido dejando de ser un tabú. Casos como el de Andrés Iniesta en el 2010 o el de Simon Biles, la gimnasta olímpica estadounidense que abandonó en los JJOO de Tokyo en 2021, enseñan al mundo que los ‘héroes’ que parecen capaces de todo también sufren y lo importante que es pedir ayuda cuando uno la necesita.

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